—Vamos, regresemos con los demás. Nos están esperando.

Cuando se dio la vuelta, Bruno levantó la vista al cielo y sonrió.

Durante horas hablaron sobre cómo proceder y, una vez todo quedó claro, Lidia, que era quien llevaba la voz de mando en el campamento, afirmó:

—De acuerdo. Una vez acampen, visualizaremos sus posiciones y los atacaremos al anochecer.

Todos asintieron. Era lo mejor.

Tharisa, que una vez comenzada la reunión se había unido a ella junto a su Pezzia, preguntó mirando a la guerrera:

—¿Utilizarás el brebaje que preparé?

Lidia la miró. Por primera vez había sentido lo que la enana azul sentía al ver a Bruno con ella.

—Por supuesto —respondió con empatía—. Debemos echar tu brebaje en su cena y esperar a que haga efecto. Después, atacaremos.

Encantada de sentirse parte del grupo de acción, Tharisa saltó, y Bruno la levantó del suelo para abrazarla.

—Bien…, bien… —exclamó—. Bien por mi preciosa Tharisa.

Emocionada, alterada, estupefacta e impresionada, la enana asintió y, cuando Bruno la dejó de nuevo en el suelo, declaró:

—Os demostraré lo efectivo que es y lo buena que soy preparando brebajes.

De nuevo se abrió debate. Ahora sólo faltaba decidir quién se infiltraba en el campamento enemigo para echar el brebaje en la cocina.

Risco, que quería impresionar a Tharisa para que se fijara en él como hacía con el guapo Pezzia, se ofreció voluntario.

—Yo me introduciré en su campamento para echar el brebaje de Tharisa en la comida —dijo. Todos lo miraron, puesto que Risco no destacaba por su braveza—. Dracela ha dicho que ha visto a varios de mi especie entre ellos —prosiguió él—, y estoy seguro de que nadie reparará en un enano más.

—Buena idea, amigo —asintió Bruno chocando la mano con él.

—Sí. Es una idea prodigiosa, extraordinaria, sensacional —afirmó Tharisa de buen humor.

—De acuerdo —asintió Lidia con seriedad—. Esperemos a que sea noche cerrada. Después conseguiremos que Dimas Deceus rabie.

Todos sonrieron y levantaron sus espadas satisfechos. Era un buen plan.

Cuando la reunión hubo acabado, Lidia vio cómo Bruno se alejaba de ella.

—Tú te lo has buscado, querida —murmuró Dracela.

La guerrera, furiosa, no contestó. En vez de ello, dio media vuelta y caminó en sentido contrario.

Durante horas, Lidia esperó la llegada de Bruno, pero él no apareció. Sin lugar a dudas, se había tomado al pie de la letra aquello de ¡olvidar!