—Oh, guapo Pezzia, ¡no me digas eso, que me pongo tontorrona!
El aludido sonrió y, tras guiñarle un ojo, dijo:
—Si no te importa, Tharisa, le daré la sopa a Freman, seguro que a él le sienta mejor que a mí.
—¡No! ¡Ni hablar! —gritó la enana de pronto.
—¡¿No?! —repitió Bruno sorprendido y a la vez molesto.
Al darse cuenta de su contestación, Tharisa se retiró dos de sus cuatro pelos de la frente y, de nuevo con voz melodiosa tras mirar al hombre encapuchado, aclaró:
—Esta sopita es para ti, guapo Pezzia. Ahora mismo traeré otra para él.
Pero Fenton levantó una mano en el aire y replicó:
—No te molestes en traerla. No tengo apetito.
Tharisa sonrió y, mirando al objeto de su deseo, lo animó:
—Entonces, guapo Pezzia, ¡bebe tu sopita!
Bruno, que deseaba seguir hablando con Fenton, optó por beberse la sopa para que la enana se marchara y los dejara. Olía muy bien. Se acercó el bol a la boca y entonces, de pronto, alguien lo empujó y la sopa se derramó sobre él.
—¡Noooooooooooo! —gruñó Tharisa al ver aquello.
—¡Por Dios, cómo me he puesto! —se quejó Bruno poniéndose en pie.
—Uyyy, lo siento —se disculpó Risco, que lo había empujado a propósito.
Debía evitar que aquél bebiera el brebaje de la enana. No le cabía la menor duda de que ella buscaba algo más que un simple agradecimiento, y seguro que en la «sopita» había algún extraño condimento.
Al ver lo que Risco acababa de hacer, Tharisa clavó sus ojos saltones en él.
—¡Torpe! —Le soltó—. Enano torpe, burro, pánfilo, borrico y mendrugo, ¿has visto lo que has hecho?
Sentándose de nuevo, Bruno oyó a Risco responder:
—Sí, enana fea. Y por eso he pedido disculpas.
Abriendo los ojos desmesuradamente, Tharisa comenzó a dar saltos para darle un capón en la coronilla y, cuando por fin lo consiguió, le espetó:
—¿Me acabas de llamar fea?
Risco suspiró y asintió.
—Sí. Fea…, grotesca…, antiestética… Feota. Porque eso es lo que eres, ¡fea! Más fea que mi deforme dedo pequeño del pie, que ya es decir.
Al oír eso, Fenton y Bruno se miraron. La situación era de lo más cómica. Ver a aquella enana azul culona y bajita darle de capones a Risco mientras éste la llamaba fea habría hecho reír a cualquiera, y finalmente no pudieron evitarlo.
Sin embargo, la sonrisa se les cortó cuando Lidia con gesto serio, junto a Penelope, se acercó hasta ellos y en un tono que a Bruno le cortó el aliento declaró:
—Gaúl no ha pasado por aquí. Algo ha ocurrido. Lo sé…, lo presiento.
—Tranquilízate, Lidia, por favor —pidió Penelope al notarla perder su temple, mientras Fenton se ocultaba aún más bajo su capucha.
—¿Cómo me voy a tranquilizar?
Bruno se levantó, se puso a su lado y, cogiéndole las manos, le pidió:
—Mírame. —Como ella no obedecía, él insistió—: Fierecilla, ¡mírame!
Cuando por fin lo hizo, el guerrero la miró a los ojos y se perdió en sus oscuras pupilas.
—Tranquilízate —dijo—. Si no regresa, saldremos en su busca.
Inquieta, pero aún cogida de su mano, Lidia insistió:
—Quedamos en que traería los víveres tras pasar por Villa Silencio y luego nos esperaría en la Gran Cascada. Pero… pero aquí no hay nada. ¿Cómo puede ser? Él partió antes que nosotros y, si mis cálculos no fallan, ya debería haber pasado por aquí.
Bruno era consciente del cariño que la joven le tenía a Gaúl, por lo que se dispuso a tranquilizarla de nuevo, pero ella, soltándose de sus manos, siguió diciendo:
—Ha pasado algo. Lo sé. Lo intuyo. Y juro por lo más sagrado que mataré al desgraciado que se haya atrevido a ponerle una mano encima a Gaúl. ¡Lo juro!
Sin más, Lidia se alejó caminando furibunda mientras los demás la observaban.
Gaúl era la única persona de su pasado que aún seguía con vida, y Lidia no deseaba pensar en continuar su lucha sin él. Lo quería como a un hermano. Adoraba a aquel hombre por encima de muchas cosas, y sólo de pensar en no volver a verlo se le rompía el corazón.
Penelope la observó alejarse. Quiso ir tras ella, pero Bruno la detuvo y la colocó junto al hombre encapuchado.
—De acuerdo, ve tú —dijo la joven al ver que el guerrero iba tras su amiga—. Pero cuidado con las palabras que empleas.
—Tranquila, lo tendré —asintió Bruno dirigiéndose ya hacia el lugar donde una furiosa Lidia se mesaba su oscuro cabello.
Tharisa, que había observado lo ocurrido, al ver cómo su amorcito caminaba hacia aquélla, se enceló y, dando saltitos, se acercó hasta él.
—Quizá sería bueno que no la molestaras —dijo cogiéndolo de la mano—. Ella…
—Tharisa —siseó Bruno con gesto tosco—, ella es la mujer que amo y por la que daría mi vida. El corazón se me rompe si la veo sufrir, ¿es tan difícil de entender?
Esa revelación tan sincera y directa liberó de pronto el corazón de la joven enana. Su color azul se aclaró y, aliviada al oírlo, murmuró:
—Ve entonces, Bruno.
Conmovido por cómo Tharisa se aclaraba, Risco la cogió entonces por los hombros, la miró a los ojos y la besó para sellar de nuevo su corazón. Era su oportunidad de mostrarse como el hombre que era, y nadie iba a quitársela.
Cuando Bruno llegó junto a su amada, la asió por la cintura, la acercó hasta él y la abrazó. Le habló con dulzura al oído para tranquilizarla ante la mirada de todos, y finalmente Lidia, aquella guerrera implacable, lo miró y apoyándose en él se tranquilizó.
Penelope, conmovida por lo que observaba desde el otro lado de la cueva, se sentó junto al hombre encapuchado que hasta el momento había permanecido inmóvil y en silencio y murmuró:
—Ella es su destino y, a pesar del horror que vivimos todos los días, me agrada ver que dos corazones que se necesitan se encuentran finalmente.
Fenton no dijo nada. Aquellas palabras tan bonitas y duras a la vez lo removían por dentro y le dolían. Al ver que no hablaba, Penelope lo miró e, interesándose por él, preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Freman —respondió modulando la voz.
Tras un tenso silencio, ella insistió:
—¿Por qué te ocultas tras esa capucha?
Aquella pregunta lo pilló tan de sorpresa que él sólo pudo responder:
—Motivos personales.
Sin sorprenderse por su respuesta, ella observó con detenimientos sus sucias y ajadas manos y dijo:
—En cierto modo, te entiendo. Todos tenemos motivos personales para hacer lo que hacemos.
—¿Me entiendes?
—Sí —asintió Penelope con seguridad mirando a Lidia—. La vida no es fácil, pero hay que saber sobrellevarla. Todos los que estamos aquí hemos perdido a seres queridos. Seres amados e irremplazables, pero hay que seguir viviendo. Lo cobarde en un mundo como el nuestro es dejarte llevar por la indiferencia y el hastío. Lo valeroso es luchar para vencer los miedos y las inseguridades.
Fenton sonrió. Había sido él quien, en el pasado, cuando se sentía fuerte y poderoso, le había dicho aquellas mismas palabras.
—¿Tú has luchado por vencer tus miedos? —preguntó.
Retirándose con cuidado un mechón rubio del rostro, Penelope asintió.
—He pasado de ser una muchacha inexperta a la que todo le daba miedo a convertirme en una mujer fuerte y luchadora. Perder al hombre que amaré mientras viva ha sido lo más duro que he tenido que soportar. No poder encontrarlo y ayudarlo casi me consume en la desesperación. Y aunque, cuando me enteré de que había muerto, parte de mí murió con él, una extraña fuerza me hizo continuar con mi vida. Creo que la fuerza me la manda él, allá donde esté.
—Lamento lo que dices —murmuró Fenton sin mirarla.
Penelope asintió. Ella también lo lamentaba, y musitó:
—Estoy segura de que, si existe un mañana y él aún sigue amándome tanto como yo lo amo a él, volveremos a encontrarnos.
Al oír eso, Fenton se sintió profundamente conmovido.
Aquella que hablaba de él con tanto amor, su mujer, aún lo quería y ansiaba su regreso. Pero, en vez de ser valiente y enfrentarse al miedo de ser rechazado por su aspecto, simplemente se levantó y, tras una inaudible disculpa, se alejó.
Penelope suspiró y lo siguió con la mirada. Luego se levantó para acercarse a Bruno y a Lidia. Había que encontrar a Gaúl.
No muy lejos del Túmulo, Dimas Deceus, el malvado hombre que se creía el dueño del mundo, cabalgaba a lomos de su impresionante caballo. Tener en su poder a Gaúl, la mano derecha de Lidia, la cazarrecompensas, era una de las mayores satisfacciones que su oscura vida le había proporcionado en los últimos tiempos.
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