Pero el Pirulas volvió a abrirla y enseñándole una foto de la actriz con un escotado y sexy vestido azul, riendo y abrazada a Mike Grisman en Sevilla continuó.

—Vamos a ver, tronco ¿Desde cuándo ves tú a pibonazos como este por el pueblo? Vamos… ni que fuera normal verlos pasear por la calle.

Juan no respondió. Era una suerte que el Pirulas no relacionara a Estela Ponce con la joven que se casó con él años atrás. Eso le reconfortó. No pensaba contar nada de lo ocurrido el día anterior en su casa, y menos a aquel, cuando Carlos intervino.

—Lo dice hasta mi preciosa mujercita. Siempre dice ¡qué actriz más guapa!

—¡Qué coño guapa! —exclamó el Pirulas mirando de nuevo la revista—. Esta tía lo que está es buenísima ¿Pero tú has visto que cuerpazo tiene? A esta la cogía yo y la ponía mirando pa cuenca. Vamos, lo bien que nos lo íbamos a pasar los dos.

Juan cogió su cerveza y dio un buen trago. No iba a entrar en aquello. No quería. Siempre le había molestado oír hablar de Noelia. Algo increíble y, sobre todo, incomprensible para él, pero así era. Carlos, divertido por como aquel bebía dijo gesticulando:

—A mí lo que me encanta es su trasero. Tiene ese típico trasero redondo y respingón que nos vuelve locos a los tíos y…

—Y esos morritos —añadió el Pirulas mientras Juan se movía incómodo en su asiento—. Debe ser un lujo mordisquear ese morrito inferior y tirar de él. Joder ¡pero si me estoy poniendo cachondo solo de pensarlo!

—Eso lo deben de pensar muchos —apostilló Carlos divertido—, El otro día vi en la taquilla de un compañero una foto en bikini de Estela Ponce. Una de su última película, Brigada 42, y ¡joder ¡estaba como un tren!

¿Qué compañero? pensó Juan y se volvió hacia el camarero para pedirle otra cerveza. Durante un rato soporto estoica mente los comentarios de sus dos amigos sobre la que fue su mujer. Algo que el Pirulas no conocía ni por asomo, o se hubiera enterado hasta el último habitante de la tierra. Sonó el claxon de un vehículo. El Rúcula en su Seat León.

—¡Qué pasa troncossssssssssss] —gritó tras aparcar sobre la acera.

—Hombre, ya estamos todos —sonrió Garlos al verle.

El Rúcula, salió de su coche amarillo huevo y de dos zancadas llegó hasta ellos.

—¡Qué pasa mamonazos\

—No dejes el coche así o te multarán —advirtió Juan tras chocar la mano con él.

—¡Que se atrevan! —se mofó.

Si había un fantasma en el pueblo, ese era el Rúcula. Al igual que el Pirulas se había tomado la vida de manera muy relajada. El Rúcula trabajaba en lo primero que le salía. Era un hombre sin oficio ni beneficio, pero al que nunca le faltaba trabajo. Sabía buscarse la vida.

Se sentó junto a los demás en la terraza y continuaron pidiendo cervezas.

—¿Dónde curras ahora, Rúcula?

—Estoy en la obra con mi primo Alfonsito. Estamos rematando unos chalecitos a las afueras del pueblo. Los que se construyeron en la parcela de los Gargalejo.

En ese momento pasaron ante ellos unas chicas y este interrumpiendo su conversación silbó y dijo.

—¡Guapasssss! Eso son jamones, no lo que mi madre compra en el súper.

—¡Viva la minifalda y su inventor! ¡Tías buenas! —apostilló el Pirulas divertido.

Las chicas al escucharles sonrieron y el Rúcula finalizó. ¡Venir aquí que os voy a dar con to lo gordooooo!

Juan puso los ojos en blanco ante semejante despliegue de vulgaridad y Carlos tras carcajearse le indicó: Indudablemente trabajas en la obra. Un coche de la policía municipal pasó lentamente al lado de donde ellos estaban, y Juan saludo con un movimiento de cabeza a Fernández, que conducía. La patrulla paro ti metros más adelante del coche del Rúcula, y este, al verlo, se levantó escopetado.

—¡La madre que los parió! Me piro que estos mamonazos me cascan un multazo.

Y sin más fue hasta el coche. Fernández al ver que se levantaba de la mesa de Juan asintió y se metió de nuevo en el coche patrulla.

—Pirulas ¿te llevo? —gritó su amigo desde el Seat León.

Este se levantó y tras coger las revistas de su madre se despidió y se marchó. Una vez quedaron solos, Juan se echó hacia delante y mirando a su amigo susurró.

—¿Te he dicho alguna vez, churri, que eres un cabronazo?

Carlos sonrió y tras dar un trago de su cerveza respondió:

—Sí… cada vez que hablamos de cierta actriz. Por cierto ¿Qué haces esta noche?

—Cualquier cosa menos verte el careto.

Carlos no le hizo caso.

—Vale, lo entiendo, soy guapo pero no tu tipo. —Juan rio y le preguntó—: ¿Qué te parece ver el careto de mi mujer y Paula? Hoy tenemos canguro para Sergio y como libramos han planeado cenar y tomar algo en el Loop. ¿Te apuntas?

Durante una fracción de segundo Juan dudó. No estaba de humor para tonterías, pero sabía que quedar con Paula significaba sexo. Y en ese momento lo necesitaba. Egoístamente pensó en él, y recostándose en la silla murmuró tras beber de su botellín:

—¿A qué hora hemos quedado?



















15

La joven actriz, apoyada en el quicio de la ventana de su habitación, observaba como anochecía mientras intentaba organizar sus ideas y entender lo que había pasado. Por norma, .siempre era bien acogida por el sexo masculino, y lo ocurrido con aquel español, con Juan, la tenía desconcertada.

—Ay cuchita no frunzas tanto el ceño o te saldrán una terribles arrugas.

Noelia miró a su primo que se miraba al espejo y se depilaba con mimo sus cuidadas cejas. Como siempre le ocurría, atrás había quedado el enfado del día anterior. Si algo tenía bueno era que igual que se enfadaba se desenfadaba algo que su abuela siempre le había alabado. Noelia tenía un gran corazón a pesar de que la gente, por su aspecto glamuroso, pensara que era de hielo y superficial. Al contrario de todo pronóstico, la joven estrella de Hollywood era una muchacha muy afable y cariñosa y que cuando la conocías un poco te dabas cuenta de que solo quería querer y ser querida.

—¿Sabes? Creo que lo hice mal. No debí de ir a su casa así. ser tan dura y…

—¿Dura? —chilló Tomi—. Oh, my God, pero si por lo que me has contado, él te echó de su casa. ¿Cómo puedes permitir que un man por muy divine que sea te haga eso? Sé que tienes un pronto terriblemente puertorriqueño, pero luego no eres nadie.

—Vale… tienes razón —apuntó apagando el cigarro sobre un cenicero—, pero yo tampoco fui muy amable que digamos. Además…

—No… no… no. Ahora mismo vamos a recoger nuestras cosas, coger nuestro auto e irnos ipsofacto para el airport. ¿De acuerdo my darling? Estoy segura que el bombonazo de Mike te recibirá con los brazos abiertos en hause. Oh… no veo el momento de darme un baño de color en el pelo. Lo necesito.

Pero Noelia quería saber más de Juan. No sabía por qué pero le costaba marcharse de aquel lugar. Necesitaba volver a encontrar al muchacho que conoció años atrás. Aquel que fue amable y sincero con ella y que, en cierto modo, se ganó su corazón. Estaba decidida a intentar de nuevo un acercamiento.

—Lo siento Tomi, pero yo tengo que hablar con él antes de irme de aquí —al ver que su primo la miraba boquiabierto indicó—. No te puedo explicar el porqué, pero quiero volver a ver a Juan y…

—¡Tú estás crazy\… pero loca de remate.

—No —respondió divertida.

Su primo, blanco como la leche, al ver como esta sonreía se sentó sobre la cama y murmuró:

—Por el amor de Diorrrrrrr… me conozco esa sonrisita y no depara nada bueno ¿Qué es lo que pretendes?

—No lo sé. Pero no quiero irme con la sensación de no saber qué hubiera pasado si yo…

—Te lo digo yo. La prensa se enterará de que estamos aquí y…

Sin querer escuchar más, se acercó a su primo, le dio un beso en la mejilla y poniéndole un dedo sobre los labios consiguió callarle.

—La abuela siempre nos dijo que cuando algo nos interesaba, y mucho, debíamos buscar la razón. Pues bien, quiero saber esa razón —mirando su reloj dijo antes de salir—. Buenas noches, cielo. Que sueñes con los angelitos.

Guando llegó a su habitación, se metió rápidamente en la ducha. El calorcito del agua corriendo por su piel la reconfortó. Una vez acabó de ducharse, se echó crema y se secó el pelo con el secador. Alas once de la noche estaba metida en la cama mirando la televisión cuando de pronto recordó algo. Se levantó, abrió su trolley Louis Vuitton, y cogió una carpeta. Tras sentarse en la cama y leer lo que ponía en aquellos papeles sonrió. Ante ella tenia la información que necesitaba.

El despertador sonó a las seis y diez de la mañana. Horrorizada, lo apagó y pensó en seguir durmiendo. Pero tras recordar el motivo de la alarma se levantó. Como una autómata, se puso unas mallas negras, una sudadera, unas zapatillas de deporte y con cuidado metió su melena rubia bajo un pañuelo y después se caló la gorra de Nike y sus gafas oscuras.

Guando llegó a la entrada del parador suspiró y sintió un escalofrío. El día estaba gris y, por los nubarrones, parecía que iba a llover. Pero dispuesta a no cesar en su empeño, salió al trote del parador. Durante un buen rato anduvo por un caminito hasta que a lo lejos vio a alguien que podía ser quien ella buscaba. Acelerando el ritmo, se aproximó lo suficiente y entonces, se le aceleró el corazón. Era él.

La perra, Senda, fue la primera en percatarse de que alguien se acercaba y se quedó quieta. Juan, al ver que la perra se quedaba atrás, se volvió para mirarla y vio a una mujer correr hacia él. Sorprendido por aquello, pues pocas mujeres veía corriendo por las mañanas, llamo a su perra y esta fue hacia él. Dos minutos después la mujer que corría llegó a su altura.