—Buenos días. Preciosa mañana para hacer deporte.

Al escuchar aquella voz, y su particular tono, Juan la miró y se paró en seco.

—¿Tú otra vez?

—No pares o te quedarás frío. Ritmo… ritmo —respondió ella con buen humor mientras seguía dando saltitos en el mismo lugar.

Malhumorado por aquella intromisión en su espacio gruño:

—Creí haberte dejado las cosas muy claritas el otro día.

—Pues si —respondió desconcertándole.

—Entonces ¿qué narices haces aquí todavía?

Su voz crispada la tensó, pero dispuesta a no caer en su luego respondió con la mejor de sus sonrisas.

—¿Tu siempre estás de mal humor?

—Eso no le interesa —respondió él volviendo al trote.

La joven sin dejarse amilanar, a pesar del gesto hosco de aquel, se puso a su altura sin parar de dar saltitos mientras decía:

—Te van a salir unas arrugas increíbles en la comisura de los labios, por el rictus serio que tienes siempre que te veo, ¿Sabías que sonreír es buenísimo para muchísimos músculos de la cara? —Él la miró pero no respondió mientras seguía su carrera—. Y tranquilo, señor policía, no quiero nada de ti. Pero estoy de vacaciones y los días que tengo para mí, me gusta disfrutarlos, y mira por donde, me encanta la naturaleza. Por cierto, todo esto es precioso, aunque estoy segura de que con un poquito más de calor tiene que ser todavía más bonito. Y ah… creo que va a llover de un momento a otro.

Boquiabierto por la parrafada que iba soltando mientras corrían se detuvo de nuevo.

—¿Qué pretendes guapa? ¿Buscas que te selle la boca con cinta americana?

—No, por Dios —contestó con una sonrisa.

—Vamos a ver. No quiero problemas… —dijo pasándose la mano por el pelo.

—Yo no soy un problema —siseó al escuchar aquello.

Juan, sin darse cuenta de cómo el gesto de aquella se había contraído, prosiguió.

—… tú me los traerías. ¿Acaso no fui lo suficientemente clarito contigo?

—Sí, hombre sí, te entendí perfectamente —sonrió desconcertándole—, Soy actriz, que no es sinónimo de sorda y tonta, y sé escuchar.

—Ah… ¿Sabes escuchar? —Se mofó él—. Permíteme que lo dude, estrellita.

Cada vez que la llamaba estrellita con aquel tono de voz a Noelia le daban ganas de darle una patada en la espinilla, pero conteniendo aquellas ganas respondió resoplando por la carrera.

—Sé escuchar, pero yo interpreto lo que escucho como quiero.

—Vaya… ¡qué bien! —añadió molesto.

Sin mediar mas palabra él volvió al trole y ella le siguió.

Durante unos minutos ambos corrieron en la misma dirección y para ponérselo más difícil él se salió del camino y corrió campo a través. Noelia le siguió como pudo pero aquello no era fácil. Él corría, sorteaba piedras y saltaba charcos, mientras ella se lo comía todo. Por el rabillo del ojo Juan comprobó su penoso estado y como se esforzaba por seguirle. Eso le animó, y aceleró su trote sabedor que era imposible que ella tuviera su fondo físico.

Sin querer dar su brazo a torcer la joven intentó seguir aquel ritmo infernal, hasta que se tropezó con un pedrusco y se cayó todo lo larga que era. Y para más inri sobre un enorme charco de agua estancada. Al oír el golpe, juan aminoró unos segundos con la intención de ayudarla, pero al ver que ella se levantaba con rapidez, continuó su carrera.

Incapaz de dar un paso más por el agotamiento y el trompazo que se había dado, se miró las rodillas. Se había roto las mallas y podían verse dos bonitas heridas. Maldiciendo por lo bajo, se quitó el barro de la boca y enfadada por la poca galantería de aquel, gritó dispuesta decir la última palabra, al ver como se alejaba con la perra:

—¡Estoy bien! ¡Ha sido muy agradable correr contigo, estúpido!

Juan sonrió, pero continuó su camino, mientras ella, maltrecha, regresaba al parador de donde nunca debió salir.

Al día siguiente Noelia volvió a sorprenderle. Para cabezona, ella. Allí estaba de nuevo dispuesta a correr. Juan al verla aparecer la miró y a pesar de las ganas que sintió de mandarla a freír espárragos se contuvo y continuó corriendo.

—Buenos días —saludó ella con energía.

El la miró y sin parar su ritmo asintió con la cabeza. Durante unos minutos corrieron en silencio hasta que ella comenzó a hablar. Sin querer escuchar su parloteo, Juan sacó de su bolsillo un iPod y colocándose unos pequeños auriculares en los oídos lo encendió y dijo:

—AC/DCA. Maravillosa música para correr y no escucharte.

—Serás grosero —cuchicheo deteniéndose al ver aquello.

Incapaz de no responder, Tras mirar al cielo y ver como diluviaba, la miró y dijo en tono burlón antes de continuar corriendo:

—No te pares, estrellita o te enfriarás. Ritmo… ritmo.

Quiso decirle cuatro cositas, pero calló. No iba a entrar en su juego, por lo que cerró la boca y continuó la carrera. Cuando ya no pudo más se paró y él se alejó. Seguir su ritmo era imposible pero gritó:

—¡Que tengas un buen día, simpático!

El tercer día amaneció lluvioso. Al mirar por la ventana Noelia pensó si ir o no pero al final las ganas de verle le pudieron, se calzó sus deportivas y salió a correr. Durante unos segundos trotó sin rumbo hasta que le vio y corrió hacia él. Juan, que venía de arreglar una valla en la granja de su abuelo, al verla acercarse maldijo pero prosiguió su carrera.

—Hola, buenos días —saludó con positividad.

—Buenos días.

Noelia sonrió. Eso era un avance. Durante unos metros corrieron en silencio hasta que ella se tropezó y él, con rapidez, frenó la caída.

—Joder, estrellita, eres un auténtico pato mareado —gruñó molesto.

—Vale, lo reconozco. Correr campo a través no es lo mío. Yo estoy acostumbrada a Jimmy, mi entrenador personal en casa y no a este campo de barrizal.

—¿Entrenador personal? Serás pija —se mofó.

Noelia se molestó al ver su gesto y, corriendo para ponerse a su altura, respondió:

—Mira, guapo, yo no tengo la culpa de haber nacido en una familia adinerada, ni tampoco de ser una actriz de Hollywood. Que todo sea dicho me lo he currado yo sólita, aunque mi padre sea quien es. Pero bueno, siempre habrá gente que piense que soy una niña de papá y mira ¡me da lo mismo! —exclamó con vehemencia—. Si estás molesto porque piensas que voy de diva, allá tú. No voy de diva. Por norma soy una mujer normal y corriente cuando no trabajo y aunque no creas, la gente tiene buen concepto de mi y…

Pero no pudo decir más. Con una rapidez increíble Juan sacó del bolsillo de su pantalón una especie de tira alargada, despegó algo de ella y sin más, se la pegó sobre los labios. Noelia se quedo estupefacta.

—Te dije que te sellaría la boca si no callabas y al final he tenido que hacerlo.

Sin más continuó corriendo mientras ella se quedaba de piedra en medio del campo y con la boca sellada. ¿Había algo más humillante?

El cuarto día y con una nevada considerable la joven, que no quería dar su brazo a torcer, consiguió llegar hasta él campo a través. Pero a dos metros de él, pisó mal, resbaló, y se cayó de culo. Con toda la dignidad que pudo se levantó y antes de que él se mofara de la situación, con gesto de enfado se colocó unos auriculares y dijo.

—Marvin Gaye, maravillosa música para no hablarte ni escucharte.

—¿Es tu última palabra? —preguntó divertido.

—Por supuesto.

Sorprendido, la vio pasar, incluso con el trasero dolorido corría delante de él sin esperarle. Senda, la perra, que ya se había acostumbrado a su visita matinal la siguió encantada y Juan suspiró. Parecía que aquello iba a convertirse en algo habitual.

Así estuvieron seis días lloviera, nevara o tronara. Cada mañana ella corría la misma ruta que él. Intentaba seguir su ritmo ya fuera por camino o por barrizal y, finalmente, cuando sus fuerzas la abandonaban desistía. Se daba la vuelta y se marchaba, mientras él continuaba tranquilamente su camino sorprendido por la cabezonería de aquella mujer.

La séptima mañana, Juan miró sorprendido a su alrededor. ¿Dónde estaba ella? Comenzó su carrera, pero inevitablemente la buscaba con la mirada, pero Noelia no apareció. Corrió por el camino un buen rato, incluso más del habitual y cuando regresó a su casa una extraña decepción se apoderó de él ¿se habría ido finalmente?



















16

Aquella mañana, y a pesar de que intentó levantarse, Noelia no pudo. Tenía doloridos tantos músculos de su cuerpo que apenas podía moverse. Solo gracias a varios ibuprofenos recomendados por Menchu, la chica de recepción, por la tarde después de comer consiguió recuperarse y junto a su primo decidieron dar un paseo en coche por los alrededores. Querían conocer Sigüenza y aquella tarde lluviosa era un día maravilloso para poder admirar el lugar sin que hubiera mucha gente a su alrededor. Irreconocibles bajo gorros y bufandas de lana por lo que pudiera pasar, visitaron la catedral de Santa María y Noelia bromeó sobre lo romántico que tenía que ser casarse por amor en un lugar así. Tras visitar varios sitios emblemáticos de la zona terminaron paseando bajo la lluvia por la maravillosa plaza Mayor.

—Ay, darling ¡qué sensaciones más extrañas me causa tanto monumento! Pensar que por estas calles han paseado man and woman como nosotros siglos atrás vestidos de cortesanos, y ellas con sus fastuosos miriñaques y corsé. Oh, ¡qué glamurazo!

—Si, la verdad es que todo esto es precioso —asintió encantada.

Sobre las ocho de la tarde decidieron regresar al parador. Llovía a mares y hacía un frío pelón. Cogieron el coche y, cuando ya casi habían llegado, el automóvil hizo un ruido extraño y se paró.