—¿En serio? Hazme una foto con el móvil y así se la mando a ella por email. Conociéndola, seguro que se parte de risa —rio feliz.

Después de hacerse la foto con el móvil, la joven abrió una cajita de dónde sacó unas finas gafas rojas y se las puso.

—Uis… pero si son las gafas que te regalé de Valentino. Oh, queen pero si pareces una estudiosa y todo —se guaseó su primo al verla.

Tras comprobar que con pelo oscuro, las lentillas negras y las gafas no parecía Estela Ponce, se volvió hacia Tomi.

—Bien, una vez acabada mi transformación, me ocuparé de ti.

—¿De mí? —gritó horrorizado separándose de ella—. Fu… fu… crazy ¡Ni te acerques! O juro que te araño.

—¿En serio?

—Y tan en serio. Es más, y lo haré de abajo arriba que duele más.

Pero Noelia prosiguió sin prestarle atención.

—Lo primero que haremos será quitarte esas mechas purpuras y dejarte el pelo de un solo color.

—¡¡No!! —gritó horrorizado—. Me gustan mis mechas. I love las mechas que me puso Chipens. ¡Son muy cool!

—Lo sé, cielo, pero necesito que lo hagas por mí. No podemos pasar desapercibidos en este lugar si vas con esas mechas —tras suspirar él asintió y ella volvió al ataque—. También debo pensar en tu ropa.

—¡Mi ropa! ¿Qué quieres hacer con mi ropa?

—No podemos salir a cenar mientras lleves puestos esos pantalones rosa chicle y esa camisa floreada llena de nubecitas de algodón. No Tomi, lo siento pero no puede ser.

—Me encantan mis pink trousers de Dolce & Gabbana y mi camisa de nubes. Y no, no pienso abandonarlos en el equipaje por muy witch que te pongas. A ver cuchi, una cosa es que me quite las mechas purple por ti y otra que no pueda vestirme como yo quiera. ¡Definitivamente no!

Sonriendo como solo ella sabía hacer, se acercó a su primo y tras darle un beso en la mejilla murmuró tirando de la camisa:

—Cariño, necesito que parezcas un macho latino y no una reina del glamour. Esto no es Hollywood, es un pueblo español donde tu estilo de vestir no se lleva. Por lo tanto, quítate esos pantalones o te juro que te los quemo y te quedas sin ellos para siempre.

—¡Bruja! —gruñó aquel mirándola.

Divertida y dispuesta a cumplir el plan que había trazado le miró y dijo:

—Lo sé, pero me quieres ¿verdad?



















18

En el Croll, aquella noche se celebraba una fiesta country y medio pueblo de Sigüenza acudió a divertirse al local. Juan y Carlos acompañados por Laura y Paula cenaban en una de las mesas mejor situadas. La noche se presentaba divertida y Juan sonrió. Paula estaba especialmente guapa aquella noche con aquel vestido tan sexy y, además, muy caliente, a juzgar por las cosas que le ronroneaba al oído.

La besó en el cuello. Aquella mujer era una máquina sexual y siempre que quedaba con ella en la cama los dos lo pasaban fenomenal. Tiempo atrás, en su quinta cita, Juan habló claramente con ella. No quería hacerle daño. Él no quería una relación seria ni formal con nadie y se sorprendió cuando ella le confesó que le gustaba ser libre a nivel de pareja para hacer con su vida lo que quisiera. Aquella rotundidad animó a Juan a volver a quedar en más ocasiones con ella.

Laura, la mujer de Carlos, aún creía en el amor. Era una romántica empedernida y estaba convencida de que tarde o temprano Juan y su amiga Paula formalizarían su relación. Los implicados decidieron seguirle el juego, ya se daría cuenta que lo suyo era puro sexo.

Paula no era muy guapa pero era tremendamente sexy. Años atrás apareció un día en Sigüenza y tras encontrar trabajo en el parador, allí se quedó. No era una mujer que despertara muchas simpatías, en especial entre las féminas. Su sexto sentido les avisaba de que Paula no era una mujer de fiar. Su cuerpo lleno de curvas, su sinuosa voz cargada de erotismo y su pasión en la cama volvía locos a todos con los que se había acostado, y, por supuesto, a Juan. Ella era una mujer desinhibida a la que le gustaba probar de todo y eso ¿a qué hombre no le gustaba?

—Churri, pídeme una coca cola —pidió Laura a su marido.

—Ahora mismo, preciosa —asintió. Y echando un vistazo a un lateral del local dijo:

—Anda… mira ahí vienen Lucas y Damián.

Con aplomo varonil y seguridad se acercaron a ellos dos de sus compañeros de unidad. Dos ligones en potencia que solo buscaban lo que muchos hombres: rollos de una noche y nada más. Paula, que había compartido momentos íntimos con Lucas, sonrió al verle y este la saludó. La complicidad que aquellos compartían nunca había importado a Juan. Los tres eran adultos y tenían muy claro lo que querían.

—Está hoy animado el Croll —comentó Damián tras besar a Laura.

—Sí. Con esto de la fiesta country parece que la gente ha salido de sus casas a pesar del frío —asintió ella y mirando a su marido que saludaba a Lucas insistió—: Churri mi Coca-Cola.

—Tomaaaaaa tu Coca-Cola, cielo. —Le entregó Carlos la bebida.

—Aisss el churri qué majo es —se mofó Lucas haciendo sonreír a Juan.

Durante un buen rato los seis charlaron mientras escuchaban a un grupo tocar su música. Una música que les incitaba a moverse aunque solo fuera la punta del zapato. Laura sacó a Damián a bailar que aceptó encantado. Carlos al ver a su mujer tan animada sonrió. Adoraba a aquella mujercita a pesar de que en ocasiones le volvía loco. Instantes después Lucas, tras cruzar una significativa mirada con Juan, se levantó e invitó a Paula a bailar. Ella aceptó y segundos después, en la pista, comenzó a mover sinuosamente sus caderas.

Juan miraba divertido a la gente pasarlo bien. Acostumbrado a la tensión de su trabajo ver que la gente sonreía y se divertía era una de las mayores satisfacciones que podía Tener.

—¡Joder macho! La morena que está con Menchu, la del parador, tiene un culito digno de forrar las mejores pelotas de tenis —murmuró Carlos señalando hacia la barra.

Juan miro hacia donde su amigo decía y asintió. En la barra una joven de pelo negro se movía al compás de la música dejando entrever su culito respingón mientras hablaba con un tío bastante más alto que ella.

—Indiscutiblemente. Te doy la razón —asintió Juan dando un trago de su cerveza.

Poco después, Paula y Laura regresaron de bailar con unos agotados Damián y Lucas, quienes tras despedirse de ellas y sus compañeros, se alejaron en busca de alguna conquista.

Cuando la banda country lanzó los primeros sones de la canción de Coyote Dax, No rompas más mi pobre corazón el local entero, en especial las mujeres, se lanzaron a la pista. Como era de esperar, Paula y Laura entre ellas.

Desde su mesa, Juan observaba como la gente bailaba cuando reparó en que sus compañeros estaban hablando con la morena que, minutos antes, Carlos y él habían estado observando. Curioso, observó como aquellos desplegaban todas sus buenas maneras en pro de llamar la atención de la chica, que parecía encantada con aquel cortejo.

—Mira —rio Juan a su amigo—. La morena del culito respingón ya tiene a dos más babeando por ella.

Carlos dejó entrever una sonrisa. Estaba claro que sus compañeros, aquella noche, triunfaban. De pronto, un saltito que dio la morena, llamó la atención de Juan. ¿Dónde había visto hacer aquello antes? Instantáneamente le vino una imagen a la cabeza. Aquel movimiento se lo habla visto hacer a… ¡Imposible! pensó sorprendido. La que se movía con gracia mientras hablaba con Lucas no podía ser ella. La actriz era rubia y aquella era morena. Pero algo dentro de él le alarmó y ya no pudo dejar de mirar hacia donde estaban aquellos. Carlos al darse cuenta de que no quitaba el ojo de encima al grupo, preguntó curioso:

—¿Te ha gustado la morenaza?

Juan no respondió, simplemente continuó observando. Deseaba que ella se diera la vuelta para verla de frente. Pero no, la morena, en ningún momento se giró. Finalmente y sin poder contener un segundo más la necesidad de saber si lo que creía era cierto o no, se levanto y se dirigió hacia sus compañeros. Con disimulo, se acercó a la barra y se apoyó en ella. Aquel ángulo era estupendo para verle la cara a la joven que ahora reía a carcajadas por algo que Lucas decía. Cuando esta levantó el rostro para mirar a su compañero Juan respiro al ver sus ojos oscuros. No era ella. Sonriendo pidió otra cerveza al camarero cuando, de nuevo, ella repitió el movimiento. Aquel gesto y como ella cambiaba el peso de una pierna a otra volvieron a atraer su atención. Tras pagar su consumición cogió el botellín y se dirigió hasta donde aquellos estaban, pero antes de llegar se dio la vuelta. Todo aquello era una tontería, debía olvidarlo.

Noelia, al ver por el rabillo del ojo que el hombre que la había tratado como a una rata se acercaba, intentó permanecer tranquila, a pesar de que era verle y hervirle la sangre. Desde que había entrado en el bar, le había visto junto a la tetona del parador y por sus movimientos y sus continuos besitos en el cuello intuyó que entre ellos existía algo más. En un principio no le importó, pero por alguna extraña razón, no podía dejar de mirar en su dirección. Y cuando vio que Juan se acercaba un extraño júbilo la inundó, que desapareció justo en el momento en que él decidió dar media vuelta.

Cuando Juan regresó junto a Carlos, su amigo le preguntó:

—¿Está tan buena la morenaza como se ve desde aquí?

Juan volvió a mirar hacia aquellos que continuaban de risas y asintió:

—Te lo aseguro. ¡Tremenda!

Ambos rieron. En ese momento, se acercó Paula, que ya estaba cansada de bailar, y se sentó sobre las piernas de Juan. Dos minutos después, él la besó apasionadamente, excitado por las cosas que le decía al oído. Noelia que observaba con disimulo desde su posición, no perdía detalle.