—Si quieres te lo presto y… —dijo Noelia.

—No… no por Dios —susurró colorada.

—Anda, venga, dame un abrazo —pidió Almudena— y no te enfades con la gorda de tu hermana porque te diga las cosas como las piensa. Para eso estamos las hermanas ¿no?

Se abrazaron delante de Noelia, que al ver aquello sintió una punzada en su corazón. Siempre había querido tener una hermana, aunque ese cariño lo había suplido con el amor de su primo Tomi. Pero le gustó ver aquella complicidad.

Más relajadas y sonrientes las tres regresaron al salón donde Noelia se sentó de nuevo junto a Juan, que al verla salir de la rocina junto a sus hermanas no pudo evitar sonreír.

Carlos, al ver a su amigo tan encantado con ella, les observaba ron disimulo ¿Realmente Estela Ponce, la estrella de Hollywood estaba allí? ¿En Sigüenza? ¿En el salón del padre de Juan y nadie lo sabía? Intentó preguntar en un par de ocasiones sobre aquello a su amigo, pero este se negó con la mirada. Eso confirmó sus sospechas. Estela Ponce estaba allí.

Juan y Noelia conversaban junto a la chimenea hasta que el abuelo les interrumpió.

—Gorrioncillo ¿Puedo hablar contigo?

—Abuelo, se llama Noelia —corrigió Juan.

El hombre hizo un aspaviento con la mano y sin hacerle caso dijo cogiendo a la joven del brazo.

—Ven… quiero comentarte algo.

Noelia se dejó guiar ante la cara de guasa de Juan. Salieron del salón y el abuelo cogió el bolso de Noelia que estaba en el mueblecito de la entrada y la llevó hasta el patio trasero de la casa. Una vez allí le entregó el bolso.

—¿Fumas verdad?

—Sí.

Goyo sonrió y, con un gesto de satisfacción, susurró:

—¿Me darías un cigarrito?

Noelia abrió rápidamente su bolso y sacó la pitillera. El abuelo, al verla, se la quitó de las manos y tras acariciarla con cuidado, se la metió en la boca y la mordió. La muchacha se quedó muda.

—¿Es de oro puro?

—Sí.

El hombre devolviéndole la pitillera hizo un gesto de aprobación.

—Bendito sea Dios, hija qué lujo. ¿Sabes? Mi bisabuelo, que en paz descanse, recuerdo que tenía un bastón cuyo agarre era una bola dorada. No creo que fuera oro, pero así lo creía yo de crío. Por cierto, gorrioncillo, lo bien que te tiene que ir la vida para tener una pitillera de oro puro en tu bolso.

—Es un regalo —sonrió sacando dos cigarrillos que rápidamente encendieron.

Tras un par de caladas ambos se miraron y sonrieron. Solo les faltó gritar ¡viva la nicotina! Después, el abuelo, cogiéndola de la mano la llevó hasta un balancín que había bajo un techado.

—Mí Juanito es un buen mozo. Es algo cabezón en ocasiones, pero es un muchacho formal, valiente y trabajador. Nunca nos ha dado ningún disgusto a excepción de cuando nos dijo a lo que se quería dedicar. Ese trabajo suyo es peligroso pero ya nos hemos acostumbrado a él. —Noelia al escucharle asintió y él prosiguió—: Siempre ha sido un muchachillo muy acurrucoso y….

—¿Acurrucoso? ¿Qué es eso? —preguntó extrañada.

—Acurrucoso es como decir cariñoso. Mi Juanito siempre ha sido un niño muy cariñoso. Mira gorrioncillo, nosotros no somos ricos como para tener pitilleras de oro como tú, pero a pesar de la crisis que hay, no nos podemos quejar. Aún no ha llegado el día que no tengamos para echar al puchero un par de patatas y zanahorias. Tenemos una pequeña granja en las afueras de Sigüenza. Allí criamos pollos de corral, marranos y tenemos algunas vacas. Por lo tanto, me complace decirte que aquí nunca te faltará comida. Y volviendo a mi Juanito, es un buen partido. Piénsatelo. No hay muchos mozos tan lustrosos y valientes como él. Y no es amor de abuelo.

—Goyo, tu nieto y yo solo somos amigos y…

—Amigos… amigos. La juventud de hoy en día estáis como empanaos —cortó el abuelo haciéndola reír—. Queréis ser tan modernos que retrasáis el tener una familia y saber vivir. ¿Cuántos años tienes, gorrioncillo?

—Treinta —respondió con tranquilidad.

—Que se te pasa el arroz prenda.

—¡¿Cómo?! —preguntó sorprendida.

—¡Bendito sea Dios! Pero si ya deberías de tener muchachos y marido.

Eso la hizo reír más fuerte y fue a responder cuando el anciano dijo:

—A tu edad mi Luisa y yo ya teníamos a nuestra Rosita con diez anos. ¿Tú no quieres casarte? ¿No quieres tener una familia?

Aquello era algo que desde hacía tiempo no se planteaba. Tras su fallida relación de cuatro años con Adarn Stillon, decidió disfrutar de lo que la vida le ofreciera. Ella tenía muy claras dos cosas. La primera que no quería tener una familia desestructurada como la que ella tuvo. Y la segunda que prefería estar sola que mal acompañada.

—Pues la verdad es que….

—¿Tampoco quieres descendencia? —interrumpió sin dejarle contestar.

—A ver Goyo… los niños necesitan mucha atención y yo apenas tengo tiempo. Además, para tener un bebé primero hay que encontrar un padre y…

—¿Y mi Juanito qué te parece? ¿Te gusta lo buen mozo que es? Creo que os saldrían unos chiquillos muy morenitos Y guapos.

Noelia sonrió, dio una calada a su cigarrillo y respondió:

—Juan me parece una estupenda persona, pero entre él y yo nunca habrá nada más que una buena amistad. Nuestros mundos son demasiados diferentes como para que entre nosotros exista algo. Se lo aseguro, abuelo Goyo.

Al escuchar aquello el anciano dio un bastonazo en el suelo que hizo que Noelia se asustara.

—Mi Luisa y yo tampoco teníamos nada que ver. Ella era la hija de un ganadero y yo simplemente el que cuidaba las vacas. Pero cuando nos miramos y sentimos que las mariposillas revoloteaban en nuestro interior supimos que estábamos hechos el uno para el otro. ¿No sientes maripositas cuando miras a Juanito?

En ese momento se abrió la puerta del patio y apareció Juan. Rápidamente Goyo apagó el cigarro contra el suelo y puso la colilla en la mano a Noelia.

—Cierra el puño gorrioncillo y cúbreme.

Dicho y hecho. Ella cerró el puño y suspiro al percibir que, por lo menos lo había apagado. Juan, que se había percatado de todo, acercándose hacia ellos preguntó:

—… ¿Qué hacéis?

El hombre calándose la boina con estilo respondió mientras apoyaba sus dos manos en el bastón:

—Naaaa hermoso. Aquí de charleta con el gorrioncillo. —dijo guiñándole un ojo a Noelia.

—¿Estabas fumando abuelo? Ya sabes lo que dijo el doctor, nada de fumar.

Levantándose con una agilidad increíble, Goyo se aproximó a su nieto.

—Maldita sea Juanito, pues claro que no fumaba. ¡Copón bendito! Solo olía el humo del cigarro de ella. ¿También está mal que haga eso? ¿Acaso ya no puedo ni oler el humo del tabaco?

Boquiabierta por aquello Noelia se levantó del balancín dispuesta a regañar al anciano por haberla embaucado en aquella mentira, cuando este mirándola con ojos melosones y suplicantes preguntó:

—¿Verdad gorrioncillo que yo no fumaba?

Aquellos ojos grisáceos y la dulzura que reflejaban la derritieron, e incapaz de delatarle se rindió. Volvió su mirada hacia Juan que la observaba fijamente con gesto divertido y respondió:

—No Juan, tu abuelo solo olía el humo de mi cigarro.

Sin dejarle decir nada más, este fue a quitarle el cigarro a ella pero ésta, retirándose, replicó alto y claro:

—Él no fuma, pero yo sí. Y no se te ocurra quitármelo, ni apagármelo o te las verás conmigo ¿entendido?

Goyo al ver como su nieto se detenía ante lo que aquella decía, movió la cabeza y antes de desaparecer por la puerta de la cocina murmuró:

—Mal vamos Juanito si ya dejas que la moza te hable así, hermoso.

Ya a solas se echaron a reír. La escena había sido de lo más cómica. Juan cogió un bote que había en un lateral del jardín y se lo tendió.

—Anda, abre la mano y tira la colilla del cigarro del abuelo. He visto como te la ha dado para que la escondieras.

Abriendo el puño dejó caer el cigarro aplastado y ambos volvieron a reír.



















28

Juan y Noelia permanecieron en el patio de la casa durante un buen rato. Hacía frío, pero ambos necesitaban estar solos sin que nadie los mirara continuamente.

—Tu abuelo es todo un personaje.

Juan sonrió y asintió.

—Sí. Reconozco que así es. Su fortaleza y la positividad con la que mira la vida es lo que más nos ayudó cuando murió mi madre. Si no hubiera sido por él…

—¿Te puedo preguntar de qué murió tu madre?

—Cáncer.

Sentir la tristeza de su respuesta, hizo que ella levantara su mano y la posara sobre la de él.

—Lo siento, Juan.

Él asintió y suspiró. La quietud del lugar y el sentirse solos hizo que él acercara su boca a la de ella para besarla. Durante unos instantes ambos disfrutaron de aquel acercamiento hasta que un golpe en la espalda de él los devolvió a la realidad.

—Ostras, Tito, lo siento —se disculpó Javi al ver a quien había dado un balonazo.

Convencido de que lo sentía por la mirada del crío, Juan, sonrió y respondió con paciencia:

—Javi… Javi… ¿Cuántas veces te hemos dicho que no juegues con la pelota dentro de casa?

—Esto es el patio, no un sitio para besarse —se defendió el crío—. Aquí el yayo Manuel me deja jugar. ¿Te deja el yayo a ti besuquear a las chicas?

La puerta del patio volvió a abrirse y Carlos apareció con una cerveza en la mano. Al ver como su amigo miraba a su sobrino le dijo al crío para relajar el ambiente:

—Monstruito, tu madre quiere que entres.

El niño vio una buena oportunidad para escapar. Sabía por la mirada de su tito que lo que había dicho no estaba bien, pero ya no había marcha atrás, Una vez quedaron los tres adultos solos en el patio, Carlos dio un buen trago a su cerveza y acercándose a aquellos dos susurró: