—A ver tortolitos ¿me puede alguno contar que está pasando?
Al ver que ninguno respondía, acercándose más a ellos murmuró mirando a la joven:
—Sé quién eres y…
—Y te vas a callar —sentenció Juan.
—Joder macho, que ella es…
—Cierra el pico ya —cortó aquel con determinación. Solo faltaba que alguno de los que estaban en el interior de la casa le escuchara.
Carlos sonrió.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó preocupado.
Incapaz de continuar un segundo más callada, Noelia se interpuso entre ellos.
—Él no está haciendo nada, en todo caso soy yo. Le reconocí hace unos días en el hotel Ritz y solo vine para confirmar que era él y…
—¿Le reconociste? —preguntó sorprendido Carlos.
¿Cómo se podía reconocer a alguien vestido como iban en el operativo del hotel Ritz?
—Sí… intuí que era él por algo que dijo. Y oye, ahora que le tengo más cerca, a ti también reconozco. Tú estuviste en Las Vegas ¿verdad? —Al ver que aquel dejaba de respirar ella sonrió y dijo—. Oh, sí… pero si tú te acost…
—No sigas por favor —cortó en esta ocasión Carlos, quien tras comprobar que no había nadie más a su alrededor, susurró—. Mi churri no sabe nada de lo que pasó allí. Si se entera…
—¡Vaya! asintió Noelia—. Todos tenemos secretos ¿verdad Carlos?
Aquel asintió comprensivo.
—¿Que le parece si yo guardo tu secreto y tu el mio?.
Incrédulo por aquel chantaje miró a su amigo y este, en tono de guasa, murmuró:
—Creo que es un buen trato. Eso sí… eliges tú.
Divertido, Carlos dio un trago de su cerveza.
—Esta chica además de guapa ¡es lista!
—Gracias.
—Yuna buena negociadora —sonrió Juan.
Aprovechando el momento Carlos se sentó junto a ellos y susurró emocionado:
—E.P. ¡Aquí! —dijo mirándola alucinado— ¿Puedo tocarte para saber que eres real?
—Depende de lo que quieras tocar —se mofó ella, pero al ver cómo la miraba extendió su brazo y dijo— Toca… toca.
Sin perder un segundo Carlos le tocó el brazo como el que toca una reliquia y mirándola susurró bajito para no ser escuchado:
—¡La leche! Estoy tocando a Estela Ponce.
—Y como verás soy de carne y hueso, igual que tú. Y por favor, llámame Noelia.
Juan, cada vez más sorprendido por su naturalidad, estaba disfrutando de lo lindo con el interrogatorio de su amigo.
—¿Pero tú no tenias los ojos azules y eras rubia?
—Lentillas y peluca —indicó Juan divertido.
—Joder… si mi churri se entera que eres tú ¡le da algo! —gesticuló Carlos—. Eres su actriz favorita. Le encantan todas tus películas.
—¿En serio? —sonrió ella.
—Te lo aseguro —apostilló Juan consciente de lo mucho que Laura siempre hablaba de Estela, para su pesar.
—Laura no se pierde ni una sola película tuya. Es más en cuanto la sacan en DVD se las compra y las colecciona. ¿Sabes cuál es su preferida?
—¿Cuál? —preguntó quitándose las gafas.
—Esa llamada El destino de un amor. La que hiciste con un tal Butler y…
—Oh, sí con Gery, es un cielo. Todas mis amigas se mueren por rodar con él es un encanto suspiro ella al recordarle.
Aquel suspiro no pasó desapercibido a Juan pero no dijo nada.
—¿Me firmarás un autógrafo para Laura antes de irte?
—Los que tú quieras, Carlos. Es más, ojalá algún día podamos salir a cenar todos juntos y disfrutemos de una larga charla. Me encantaría decirle a tu mujer quién soy, pero me temo que…
—Ni se te ocurra —le interrumpió—. Primero porque le daría un patatús y segundo porque sería imposible mantenerla callada. Joder, Estela ¡que eres lo más para ella!
Los tres se carcajearon, y cuando Juan fue a decir algo, Almudena abrió la puerta del patio increpándoles:
—Chicos, no es por nada pero ¿por qué no regresáis al salón con todos?
No hizo falta decir más. Los tres entraron y durante horas rieron con los chistes que contaban una animada Eva y el abuelo Goyo.
29
A las dos de la madrugada todos decidieron regresar a sus hogares. Tras despedirse entre guiños de Carlos y dejar a Senda, la perra, en casa de su padre, Juan y Noelia se montaron en el coche y él se dirigió hacia su casa sin preguntar. Esa noche iba a terminar lo que había empezado el día anterior.
Cuando llegaron Juan metió el coche en el garaje. Una vez apagó el contacto, miró a Noelia y agarrándole con sus manos el rostro la atrajo hacia él y la besó. Durante toda la velada había deseado hacer aquello y ahora por fin podía hacerlo con tranquilidad. Tras varios besos cargados de erotismo, el teléfono móvil de Juan comenzó a sonar, y él al ver el nombre de «Irene», directamente lo apagó.
—¿No lo coges? —susurró Noelia besándole el cuello—. Puede ser importante.
Él sonrió, y sin bajarse del coche, se deshizo con premura de su chaqueta de cuero y, clavando sus oscuros ojos en ella, susurró mientras le ponía sus manos peligrosamente sobre las piernas:
—En este momento, canija, no hay nada más importante que tú.
Ella sonrió y dejándose izar, terminó sentada sobre las piernas de él. El aire impregnado de sensualidad iluminó el rostro de los dos. Juan, excitado, devoró su boca. Lamió sus labios. Mordisqueó su barbilla. Ella se quitó su abrigo verde.
—Deberíamos entrar en la casa ¿no crees?
Desde su adolescencia no había vuelto a hacer aquello en un coche, pero él respondió.
—Luego… —susurró bajándole lentamente la cremallera que el vestido tenía en la espalda.
El vestido cayó sobre su cintura, dejando a Noelia solo con un sensual un sujetador rojo. Su perfume y la pasión que desprendía contribuyeron a que Juan, excitado por el momento, deseara desnudarla allí. En su coche.
—Uf… Qué calor…
—Sí… mucho calor… —respondió pasando su lengua entre sus pechos, mientras con un dedo le acariciaba la espalda.
Excitada como en su vida, por su ronca voz y por cómo la tocaba, Noelia echó el cuello hacía atrás, mientras disfrutaba de las caricias y los besos, primero en el cuello, después entre sus pechos y finalmente en ellos. Su gruñido varonil al sacarle un pecho de la fina tela del sujetador le hizo volver a la realidad y agarrándole del pelo, atrajo su mirada y susurró:
—Esto no es buena idea…
—Estás muy equivocada, es una excelente idea… —respondió mientras lamía con mimo su rosado pecho.
—Juan… me gustas y…
Apartándose de ellas unos centímetros la miró a los ojos y pregunto.
—¿Eres adulta para tomar tus propias decisiones o no?
—Sí.
—¿Entonces dónde está el problema?
—No lo sé…
—Canija, ¿no me dijiste que tú vives el momento?
—Sí —si algo había aprendido día a día era a disfrutar de la palabra «ahora».
—Pues vivámoslo —asintió él—. Esto es lo mejor que te puedo proponer. Tú y yo estamos aquí, no hay compromiso alguno, nos deseamos y queremos sexo. ¿Cierto? —ella asintió—. No pienses en nada más. Solo en lo que deseas ahora. Mañana será otro día. Ahora estamos aquí tú y yo, eres preciosa y yo deseo besarte y…
—¿Tienes preservativos?
—Por supuesto —asintió él sacándose la cartera del bolsillo de atrás del pantalón.
—¡Genial! Continuemos.
—¡Perfecto! No es momento de negociaciones.
Segundos después, y aún metidos en el coche Noelia le quitó la camisa y después le desabrochó el cinturón del vaquero.
Medio desnuda y aun sentada sobre las piernas del hombre que la estaba volviendo loca, comprobó excitada donde en aquel momento a él le latía el corazón. La acelerada respiración de ambos y los besos cargados de frenesí, solo se podía culminar con lo que ambos deseaban, cuando de pronto se escuchó:
—Tito… me estoy haciendo pipi.
Aquella voz hizo que ambos se paralizaran. ¿Ruth? De un salto Noelia volvió a su asiento y agachada todo lo que pudo se echó por encima el abrigo. Juan blasfemó, se volvió hacia el asiento de atrás e, incrédulo, vio a su pequeña sobrina con cara somnolienta junto a su osito mirándole y, como pudo, preguntó mientras se subía la cremallera del vaquero:
—Pero Ruth ¿qué haces aquí?
Tras un bostezo, la cría abrazó a su osito y respondió con gesto inocente:
—Quería dormir contigo. Me gusta cuando me cuentas cuentos y por la mañana me haces trencitas en el pelo mientras tomo leche con galletas.
Sorprendida por aquello Noelia le miró y en tono de mofa preguntó:
—¿Le haces trencitas por la mañana en el pelo?
Juan no respondió, simplemente resopló. Noelia, muerta de risa, se tapó la boca para no reír. Aquello era lo más gracioso que le había pasado nunca justo antes de hacer el amor con un hombre. Con rapidez, Juan cogió su móvil y lo encendió. Tenía siete llamadas de su hermana Irene y dos de Almudena.
—¿Le dijiste a mamá que te venías conmigo, cielo?
—No… tito.
—¿Por qué?
La cría se encogió de hombros y con gesto pícaro susurró:
—Porque no me hubiera dejado.
Una vez Noelia se puso el abrigo, aún con el vestido sin abrochar, se incorporó en el asiento y mirando a la pequeña, que les observaba con los ojos como platos dijo:
—Ruth, lo que has hecho no está bien. Tu mama y tu papa deben de estar muy preocupados.
Juan, malhumorado, a causa de que su sobrina hubiera estado todo aquel rato en la parte de atrás del coche y él no se hubiera dado cuenta, blasfemó de nuevo. Llamó a su hermana y esta, más tranquila al saber dónde estaba su hija, quedó en pasar a buscarla. Sin querer mirar a Noelia, se puso la camisa y salieron del coche. Esperarían en el interior de la casa. La pequeña al ver la guisa de su tío le miró y preguntó:
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