—¿Te ha gustado la canción?

Sorprendido porque hubiera terminado y estuviera aún sobrecogido por el momento vivido, Juan, abrió los ojos y la miró. ¿Qué había pasado allí? Nunca se había dejado cautivar así por una melodía, ni por una mujer, y ella lo había conseguido con una simple canción. La gran diva del cine americano, aquella que la miraba con sus preciosos ojos azules, con algo tan sencillo como una canción, le estaba desbaratando el corazón. Entonces lo supo, tenía un grave problema, pero intentando aparentar normalidad respondió con voz ronca:

—Me ha encantado.

Aturdida por el efecto causado al bailar, se separó de él unos centímetros intentando poner sus ideas en orden.

—Adoro esta canción.

—Es bonita, canija… tan bonita como tú.

Tratando de romper aquel momento mágico, Noelia se desbloqueó y sonrió como si no hubiera ocurrido nada especial entre ellos.

—Yo la utilizo para relajarme. Si estoy tensa por un rodaje me la pongo veinte veces seguidas y me relaja. Recuérdalo. Cuando estés tenso esta canción te destensará. Venga, volvamos a la cocina —animó ella.

Desconcertado por las irrefrenables ganas que sentía de abrazarla y protegerla la siguió. Ya en la cocina, ella, nerviosa, sacó su pitillera del bolso y se encendió un cigarrillo y al ver el gesto de Juan, dijo antes de que él pudiera abrir la boca:

—Me lo voy a fumar, quieras tú o no.

Levantando las manos sonrió y mientras ella fumaba, él se encargó de guardar las sobras de lo que se habían preparado en el frigorífico, mientras intentaba ordenar sus ideas. ¿Qué demonios había pasado en el salón? Recogió la mesa y se sentó frente a ella, turbado:

—¿ibas a marcharte sin despedirte?

—Sí…

—¿Por qué?

—No lo creí oportuno.

—Aprecio tu sinceridad.

Al sentir su desconcertada mirada, se retiró el pelo de la cara de aquella manera que a él tanto le gustaba y aclaró:

—¿Cómo iba a despedirme de ti con lo que nos dijimos el último día que nos vimos? —y con una media sonrisa murmuró—: Y siento que por mi culpa bajaras tu listón en cuanto a tus conquistas.

Escuchar aquel reproche le hizo sonreír y añadió:

—Eso que dije fue una tontería. Créeme.

—Vaya… —susurró al escucharle.

—Tú eres preciosa y lo sabes. Y…

—Pero no exuberante —cortó ella.

—Noelia, tú eres mucho mejor que todo eso. Créeme. Y te pido disculpas por lo que te dije. Fue imperdonable y estaba fuera de lugar —aclaró.

—Perdonado —murmuró deleitándose en su sensual mirada—. Por mi parte, espero que me disculpes por lo que yo también te dije.

—Perdonada.

Su mirada y la dulzura de su sonrisa provocaban que el corazón de Noelia latiera desbocado. Juan era tan natural, tan atento y tan auténtico que era imposible no enamorarse de él. Sin poder evitarlo miró el reloj digital de la cocina. Las seis menos cuarto. En unas horas debería regresar al parador donde la esperaba su primo. Juan al ver hacia donde enfocaba su mirada y cómo fruncía el ceño preguntó:

—¿A qué hora sale tu avión?

—A las ocho y media de la tarde —respondió antes de resoplar—. Queremos salir a las cinco y media del parador para llegar con tiempo al aeropuerto.

—¿Irás en jet privado?

—No. Tomi ha sacado billetes en un avión comercial. Eso sí, en Bussines Class— rio al decir aquello aunque después murmuró—: Estoy segura que ya habrá decenas de periodistas en el aeropuerto esperándome. ¿Cómo se enterarán siempre?

Aquel comentario y, en especial, sus graciosos ojos azules le hicieron sonreír.

—Es su trabajo. Deben estar informados para poder dar la noticia —dijo recordando a su hermana Eva.

—Pero Juan, ¿qué importancia tiene sacarme caminando por el aeropuerto?

Aunque él estaba convencido de que ella tenia razón, sabía que el mundo del papel cuché funcionaba así. Se encogió de hombros y tras una sonrisa maravillosa indicó:

—Eres Estela Ponce. Una de las grandes divas de Hollywood. No lo olvides.

—No lo olvido. Aunque a veces ante las impertinentes preguntas de los periodistas me gustaría gritarles: ¿Y a ti qué te importa?

—Hazlo —sonrio él.

—No puedo. Bueno más bien, no debo.

—Ah, no… —se mofó el,

—Pues no. Cualquier mal gesto, cualquier palabra más alta de lo normal, se escudriña en busca de un doble o triple significado ¡si yo te contara! —dijo sonriendo, y él le correspondió con otra sonrisa—. A veces me gustaría simplemente ser Noelia. Solo Noelia —susurró.

Juan se levantó de su silla, se acercó hasta ella y poniéndose en cuclillas murmuró:

—Nos queda poco tiempo. Apenas unas horas para estar juntos.

—Si.

Se miraron y durante unos segundos ninguno habló.

—Es una pena que tengas que marcharte —dijo finalmente Juan rompiendo el silencio.

Noelia asintió.

—He de regresar. Creo… creo que lo mejor es que ambos retomemos nuestras vidas cuanto antes.

Perdiéndose en la calidez de sus ojos, Juan lo lamentó. Apenas la conocía, pero lo que ella le había transmitido nada tenía que ver con la feliz y alocada vida que conocía de ella a través de la prensa. Le gustaría conocerla mejor pero solo pensarlo era una locura. Sus vidas eran tan dispares que era imposible pensar en algo más. Dispuesto a hacerla sonreír el tiempo que estuvieran juntos, por sorpresa, la aupó entre sus brazos.

—¡Ehhh! —gritó ella divertida.

Subiendo las escaleras con ella entre sus brazos un encantado y natural Juan, tras besarla en la nariz murmuró aún excitado por lo ocurrido minutos antes en el salón:

—Tengo más hambre y como me he dado cuenta que hoy eres mi debilidad, he decidido comerte a ti.

Subieron entre risas a la planta de arriba y, sobre la enorme cama de la habitación de Juan, hicieron apasionadamente el amor.



















34

Con tristeza, hastío y desgana, Juan la llevó al parador a las ocho y diez de la mañana mientras escuchaban Aerosmith en el coche. El día era oscuro y gris y amenazaba con lluvia. A las nueve tenía que estar en la base de Guadalajara para dar una clase teórica sobre armamento a un grupo de geos. Por primera vez desde que entró en aquel cuerpo de élite Juan deseó poder olvidarse del trabajo. Pero no, no podía hacerlo. Muchos hombres y en especial muchas vidas dependían de que él cumpliera con lo estipulado.

En el interior del coche los dos se besaban incapaces de despedirse cuando el CD se acabó y se escuchó en la radio.

Gorrioncito que melancolía.

En tus ojos muere el día ya […] yo sin ti… moriré.

Sin saber por qué los dos se miraron y supieron que estaban retrasando la despedida. Finalmente Juan suspiró.

—Me ha encantado volver a verte, a pesar de que al principio pensé que serías una auténtica molestia —dijo.

—Lo sé, me lo hiciste saber, en especial cuando te perseguía haciendo footing por el campo —murmuró haciéndole reír.

—Te pido disculpas por ello. A veces soy algo…

—¿Rudo? ¿Descortés? ¿Grosero? —preguntó divertida.

—Canija, si sigues diciéndome esas cosas tan amables, te juro que te volveré a tapar la boca con lo que tú ya sabes.

Recordar aquel momento y, en especial, la cinta americana les hizo sonreír.

—¿Sabes?

—¿Que?

—Me encanta que me llames canija… me gusta mucho.

Estrellita me quedo claro que no —se mofó él mientras la voz de Sergio Dalma inundaba el interior del coche—. Por cierto, gracias por los CD de música, creo que van a gustarme mucho.

—Vaya… me alegra saberlo…

Ambos sonrieron, pero la tensión acumulada por el momento se percibía en sus rostros. Finalmente, la joven intentando desviar el tema dijo;

—Por cierto, despídeme de tu familia —abriendo su bolso, sacó una agenda y de ella una foto suya en la que escribió algo y se la entregó—: Toma, dásela a Carlos para su mujer. Se lo prometí.

Juan asintió. Pensó en pedirle una para él, pero finalmente desistió. Mejor no.

—… y dile a tu padre y al abuelo Goyo que siento lo de la fabada. Aunque casi es mejor no haberles hecho pasar por esa terrible experiencia —se mofó.

—Se lo diré —rio él—. Pero conociéndolos sentirán mucho no haber podido despedirse personalmente de ti. En especial el abuelo. En ti había encontrado una aliada para fumar.

Emocionada asintió y dándole vueltas a las gafas que tenía en sus manos murmuró:

—No les digas la verdad de quién soy. Creo que les decepcionaría y…

—Nunca les decepcionarías. Pero, tranquila, nuestro secreto seguirá siendo nuestro. Te lo prometo. Aunque sé que mis hermanas me someterán al tercer grado durante algún tiempo preguntándome por ti.

Pensar en aquellas personas que la habían tratado como a una más de la familia sin apenas conocerla, la emocionó. Y, sin poder evitarlo, los ojos se le encharcaron de lágrimas.

—Juan, tienes una familia increíble. Cuídales mucho.

Al ver sus vidriosos ojos la atrajo hacia sí y la abrazó. Aquella mujer a pesar de vivir rodeada de lujo y glamour, debía sentirse muy sola… demasiado sola. Conmovido por el momento la besó en la cabeza y susurró:

—Eh… canija. ¿Desde cuándo una diva del cine llora?

Secándose rápidamente las lágrimas de sus azulados ojos, sonrió y dijo a modo de disculpa:

—Soy una sensiblera. Tenías que haberme visto cuando gané el Globo de Oro. Estuve llorando un mes. Es más, cada vez que veo la estatuilla sobre la chimenea de mi habitación, aún lloro.

—Pues estás nominada a los Oscar. ¿Qué harás si ganas? —bromeó él.

—Llorar a mares.

—Te propongo algo mejor —rio el—. Cuando sientas que estás a punto de llorar y no quieras hacerlo, piensa en algo o alguien divertido y eso te hará sonreír. Pruébalo. Es efectivo.