—¿Acaso quieres que la prensa internacional se entere de que mantienes un affaire con un policía español? ¿Un don nadie que curiosamente te engañó hace diez años y se casó contigo seguramente para llenar su cuenta corriente?
—Él no me engañó y nunca pretendió lucrarse por lo que pasó. Te prohíbo que hables de algo que no conoces. Y en lo que respecta a mi vida privada, soy una mujer adulta que decide con quien quiere o no quiere estar, ¿te has enterado? Y ah… sobre la prensa, tranquilo. Tanto él como yo sabemos lo que hacemos. Por lo tanto Feliz Navidad y que lo paséis muy bien.
Dicho esto, colgó furiosa el teléfono y se tumbó en la enorme cama. El aroma a Juan la reconfortó momentáneamente, aunque al pensar en su padre volvió a tensarse. Nunca entendería aquel afán por criticar absolutamente todo lo concerniente a su vida. ¿Acaso no quería verla feliz? No… definitivamente no quería su felicidad.
38
En la base de los geo de Guadalajara se recibió un aviso a las tres menos veinte de la madrugada. Una mujer desesperada había llamado a la policía de Sevilla porque su expareja se había llevado a sus hijos y ellos, al ver la delicada operación, decidieron llamar a los geo. La policía de Sevilla había localizado el piso con los niños y se alarmó al comprobar que en aquel lugar pernoctaban varios narcos colombianos.
Podía haber sido una misión más, si no hubiera sido por la presencia de los niños. Aquello lo convertía en una misión delicada. Ataviados con sus monos negros, pasamontañas, gafas tácticas, guantes y cascos negros, un par de comandos de la sección operativa de los Geo, salió con urgencia hacia Sevilla.
Nunca pensaban en el peligro, sino en la acción. Y mientras observaban las instrucciones que el grupo de apoyo les enviaban a través del portátil grababan a fuego en sus mentes la palabra «positividad».
Juan miró su reloj. Las cuatro y cinco de la madrugada. Durante unos segundos se permitió pensar en algo que no fuera su trabajo y sonrío al imaginar a Noelia dormida y atravesada en su cama.
—¿A que se debe esa cara de nenaza enamorada? —preguntó Carlos al mirarle.
Este no respondió, simplemente se limitó a sonreír.
—Vale… entonces imaginaré que esa sonrisita es por mí —se mofó aquel.
—No me jodas Morán que estás colgado por una mujer, —preguntó Roberto,
Lucas, al escuchar aquello, se echó hacia delante y mirando a Juan dijo alto y claro:
—¿Sabes que no te voy a perdonar que te llevaras a la morena y menos que ahora la tengas en tu cama? Esa preciosidad era para mí y me la levantaste ante mi jeta.
—¿Morán te levantó una tía? —se mofó Roberto.
—Un dulce y suave pibón y delante de sus narices —asintió Damián divertido.
—Morán puede tener a la mujer que quiera. ¿Acaso todavía no os habéis dado cuenta? —cuchicheó Carlos con guasa.
Juan no respondió y Lucas, retándole, indicó:
—Lo que él no sabe, es que a la morena ahora se la voy a levantar yo a él.
—¿En serio? —preguntó Juan.
—Solo dame la oportunidad de estar a solas con ella —rio Lucas—, y esa preciosidad donde dormirá será en mi cama, Concretamente entre mis piernas.
—Joder macho… es que es pa darte dos guantas — masculló Carlos.
—Tú, churri, cállate —indicó Lucas.
Carlos al escuchar aquello se carcajeó y gruñó de buen humor.
—A ver… que mi mujer me llame churri, no te da derecho a que tú también me llames así. ¿Entendido?
Todos le miraron y al unísono gritaron:
—¡Churri cállate!
—Mamonazos —rio aquel divertido—. Esperad que os saque un buen mote que os voy a bombardear el resto de vuestras vidas.
—Uooooo —se mofaron todos al escucharle y Juan, clavando su inquietante mirada en Lucas, sentenció:
—Aléjate de ella, capullo, si no quieres tener problemas conmigo.
Su gesto. Su mirada. Su rostro al decir aquello hizo que sus compañeros silbaran y rieran. Estaba claro que aquella mujer le gustaba y eso les hizo bromear. Durante parte del trayecto hasta Sevilla, Juan tuvo que soportar todo tipo de comentarios, Sus compañeros, aquellos que se jugaban la vida en cada operativo con él, eran parte de su familia y sabía que aquellas risas y bravuconadas eran una buena manera de paliar la tensión que sentían en los momentos previos a pasar a la acción.
Cuando llegaron a Sevilla se trasladaron inmediatamente hacia el lugar donde debían proceder. Eran las cinco y media de la mañana y, con el máximo silencio posible, desalojaron a los seis asustados vecinos del edificio. A través de la pared del piso colindante comprobaron que no había ninguna actividad en la casa y dedujeron que todos dormían. Así que procedieron a actuar de la manera habitual en aquellos casos, entrar y pillarles por sorpresa.
Tras derribar la puerta y gritar «¡Alto policía!», los valientes policías españoles comandados por Juan, parapetados en sus monos negros y portando en sus manos el subfusil MP5 fueron limpiando habitación por habitación con profesionalidad y disciplina, hasta tener a los narcos neutralizados y a los dos niños en su poder y fuera de peligro.
39
Agotado por la noche de trabajo Juan llegó a casa a las siete de la mañana. Como siempre su fiel Senda le hizo uno de sus sonoros recibimientos.
—Hola Senda, ¿todo bien por aquí?
La perra, feliz porque su amo hubiera regresado, le dio varios lametazos y a continuación se tumbó en su lugar preferido, detrás de la puerta. Juan, cansado, soltó las llaves sobre el mueble del recibidor, entró en el salón y comprobó que en su contestador automático tenía un mensaje. Bajando el volumen, lo escuchó y sonrió al escuchar a Andrés, el chico que paseaba a Senda, despidiéndose porque se iba a Badajoz para pasarlas Navidades.
Con una sonrisa en la boca entró en la cocina. Necesitaba tomarse algo caliente, después se iría a descansar. Como otras muchas mañanas se calentó el café en el microondas, iba a sentarse a ojear el periódico cuando pensó en la mujer que lo esperaba en su cama.
Con una flamante sonrisa, abrió el armario donde guardaba la comida para el desayuno, buscó algo y cuando lo encontró asintió complacido. Después calentó dos cafés, los puso sobre una bandeja y subió con todo ello a su habitación.
Al entrar, la semioscuridad de la habitación y el silencio le hicieron pensar que ella estaba dormida. Con cuidado, dejó la bandeja sobre una de las mesitas y la buscó con la mirada. Sorprendido, observó la cama y finalmente sonrió al notar un bulto bajo el edredón. Con mimo para no despertarla, la destapó y casi suelta una carcajada al ver cómo dormía. En vez de estar con la cabeza sobre la almohada, estaba atravesada y hecha un ovillo.
Durante unos segundos la observo complacido. Se sintió como un tonto, pero continuó admirando su cabello rubio y revuelto. Verla al natural, sin peluca ni lentillas, le encantaba. Era preciosa. Recordó lo que Lucas dijo en el helicóptero y se sintió molesto. Se sentó en la cama con sigilo y se tumbó a su lado. Deseaba abrazarla y sentir su calor cuando ella abrió los ojos sobresaltada.
—Buenos días canija —susurró besándole en la punta de la nariz.
—Eh… hola —balbuceó abriendo los brazos para acurrucarle.
Durante unos segundos permanecieron abrazados hasta que el olor del café llegó hasta las fosas nasales de ella y sin poder remediarlo preguntó:
—¿De verdad has traído café?
—Si. Pero ya sabes que yo no doy nada sin recibir algo a cambio.
Con los ojos somnolientos se retiró el flequillo de la cara y preguntó:
—¿Qué quieres a cambio de ese rico y calentito café?
—Mmm… para empezar, ¿qué tal un beso de buenos días?
—¡Genial!
—Pero no uno cualquiera —insistió él—. Debe ser uno de esos que gusta recibir cuando uno llega destrozado de trabajar y…
Sin darle tiempo a decir nada más, ella saltó de la cama y corrió en dirección al baño dejándole solo. ¿Qué había ocurrido? Boquiabierto se incorporó, fue hasta el baño y la encontró lavándose los dientes.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó sorprendido.
Al escucharle ella levantó un dedo a pidiéndole que esperara y cuando acabó y se limpió la boca con la toalla dijo sorprendiéndole:
—No pretenderías que te besara con los dientes sucios ¿no?
Dicho esto volvió corriendo de nuevo a la cama, se tumbó como estaba y dijo ante un desconcertado Juan:
—¿Dónde nos habíamos quedado?
Divertido por las cosas que hacia se tumbó de nuevo junio a ella y acercándose peligrosamente a su boca susurró, al oler el fresco sabor de la pasta de dientes.
—Creo que ibas a besarme.
Dicho y hecho. Noelia le echó los brazos al cuello y tomando su boca con auténtica adoración le besó. Durante unos segundos degustó el sabor salado y masculino de él, mientras notaba cómo aquellas manos grandes subían tentadoramente por el interior de la camiseta negra de Armani con la que dormía.
—Estaba deseando volver a tenerte así, canija —susurró poniéndole la carne de gallina.
Ella suspiró encantada. A sus treinta años había disfrutado del sexo, pero nunca, ningún hombre, había provocado aquella candorosa sensación. De pronto él cerró sus manos alrededor de sus costillas y eso le provocó una sonora carcajada.
—No… cosquillas no, por favorrrrrrrrrrrrr.
Cautivado por aquello, en especial al ver como ella se movía desconsoladamente entre sus manos, murmuró haciéndola reír con más fuerza:
—Por el amor de Diorrrrrrrrr —dijo él parodiando a Tomi—. ¿Tienes cosquillas?
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