Jadeando para tomar aire ella, asintió y él continuó cosquilleando la zona mientras ella se revolvía como una loca y reía a grandes carcajadas. Estuvieron así unos segundos hasta que finalmente y sin poder evitarlo dejó caer su peso sobre e1 de ella y la besó. La camiseta negra de Armani voló por los aires y la ropa de él, segundos después, siguió el mismo itinerario. Excitados entre beso y beso por el tórrido momento, ella abrió sus piernas y él, sabedor de lo que quería, sacó un preservativo de la masilla, lo abrió y se lo puso. Sin mediar palabra, guió su duro pene hasta el calor que lo enloquecía, y de un empellón que hizo que ambos se estremecieran, lo hundió en Ella.

Enloquecida por el deseo que sentía, clavó sus manos en aquellos poderosos hombros y se arqueó para ir a su encuentro. Meció las caderas borracha de pasión dejándose llevar por el momento. Excitado por la vehemencia en su entrega, Juan se hundió en ella una y otra vez, hasta que la sintió vibrar entre sus manos y escuchó su suspiro de satisfacción al llegar al clímax. Al ver que ella quedaba lasa y satisfecha entre sus brazos, aceleró sus embestidas en busca de su propio placer mientras sentía como a cada segundo, a cada roce, todo su cuerpo se erizaba. Poseerla en su cama y sentirla suya era lo más maravilloso que le había ocurrido nunca y cuando creyó que iba a explotar de placer, cayó sobre ella exhausto y feliz.

Segundos después, aún sobre ella, Juan respiraba con dificultad. Fue a apartarse para no aplastarla pero ella no le dejó.

—No… no te quites por favor.

—Pero te voy a aplastar.

—No. Tú solo abrázame —exigió.

Durante un buen rato descansaron en silencio uno en brazos del otro sumidos en sus propios pensamientos, hasta que finalmente Juan la besó en el cuello y susurró con una dulzona sonrisa:

—Cariño, si por un café he conseguido esto, no quiero ni pensar lo que conseguiré de ti cuando te diga que además del café sobre la bandeja hay una caja de galletas Oreo que tanto te gustan.

Ella rio a carcajadas. Diez minutos después, los dos desayunaban sentados sobre la cama.

—Come más galletas canija, te vendrán bien —animó Juan.

Noelia miró con deleite las Oreo. Se moría por comérselas, pero tras dar un sorbo a su café murmuró con resignación:

—No. Ya me he comido dos y…

Sin darle tiempo a terminar la frase, Juan cogió una de las galletas y metiéndosela en la boca para su sorpresa murmuró:

—Mastica y déjate de tonterías. Tienes que alimentarle.

El sabor dulce y fuerte de la Oreo hizo que se le contrajera el estómago. Cerró los ojos, masticó la galleta y la disfruto.

Veinte minutos después, y animada por Juan para que se comiera otra galleta, terminaron con todo lo que él había subido en la bandeja, pasadas las ocho de la mañana ninguno de los dos tenía sueño’ cuando Juan recordó algo de pronto.

—Voy a enseñarte algo que cuando lo veas, te vas a sorprender.

Levantándose desnudo para deleite de ella, abrió el armario del fondo. De la parte superior cogió una caja y la llevó hasta la cama. Una vez allí quitó la tapa sacó varias carpetas y tras rebuscar entre varios papeles sacó un sobre y se lo entregó.

—Ábrelo.

Noelia cogió sobre y obedeció.

—Vaya —murmuró realmente sorprendida.

—Sí vaya —asintió él. Aquella palabra. Aquella cara de sorpresa, aquel gesto tan suyo le volvía loco.

—La licencia de nuestra boda en Las Vegas —rio ella—. ¿Y la Foto?

—Sí.

Boquiabierta, observo lo jóvenes que se les veía a los dos y lo ridículos que estaban con aquellos feos vestidos de boda.

No pudo contener la risa al darse cuenta, por sus caras, de la melopea que llevaban en ese momento.

—El dineral que pagaría la prensa por esta foto.

—¿En serio? —se mofó él sabiendo que tenía razón.

—Totalmente en serio,

Sorprendiéndola como siempre, le dio un dulce beso en la mejilla y en tono divertido murmuró:

—La seguiré guardando como un perfecto seguro de vida.

Noelia supo al instante que él nunca lo utilizaría como tal. El no veneraba el dinero y el poder como su padre.

—Pero yo recuerdo que rompiste esto y… —añadió ella.

—Si. Lo rompí. Pero cuando me marchaba de aquella preciosa suite, vi los papeles en el suelo, y, si te soy sincero, no sé porque, los cogí y los guardé. Y aquí están,

—Sin poder apartar la mirada de aquella foto, Noelia sonrió:

—Vale, lo confieso. Yo aún conservo las horrorosas alianzas de la boda —confeso ella con un suspiro.

Ahora el sorprendido era él.

—¿Tienes las alianzas?

Ella asintió y al ver su gesto de incredulidad dijo:

—Están en mi casa de Bel Air en uno de mis joyeros. Son baratas, horrorosas y vulgares con esos dados de juego, pero siempre me dio pena deshacerme de ellas. Además, nunca se sabe. Quizá también en un futuro sean mi seguro de vida.

Le abrazó y, al cabo de unos minutos hicieron de nuevo apasionadamente el amor sobre la foto y la licencia de matrimonio.



















40

Dos días después, una mañana en la que descargaba una fuerte tormenta sobre Sigüenza, Juan tuvo que ir a Guadalajara con su padre y su abuelo para arreglar unos asuntos. Él la animó a acompañarles, pero ella se negó. Quería darse un baño relajante y ocuparse un poco de su aspecto. Desde que había llegado a casa de Juan, apenas se había mirado al espejo y ya era hora. Una vez se quedó sola, abrió el grifo de la bañera, y cuando se disponía a darse un maravilloso y relajante baño de espuma sonó el teléfono de la casa. En un principio lo dejó sonar, pero al ver la insistencia lo cogió y escuchó:

—Juan…

La voz de una mujer al otro lado le hizo sentir fatal. ¿Qué hacía ella cogiendo el teléfono? Pero intentando aparentar normalidad respondió:

—No está pero si quieres dejar un mensaje cuando regrese yo se lo daré.

—Oh, Dios… no… no —gimoteó la mujer—. Soy Almudena ¿Quién eres?

Al reconocer ¿la hermana de Juan dijo alarmada:

—Almudena, soy Noelia y…

—Ven a casa de mi padre con urgencia —resopló—. El búho se ha propuesto salir y creo que…, Oh… Dios mío qué dolorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr.

Noelia respiró alterada.

—A ver Almudena… tranquilízate y…

—Estoy sola —prosiguió aquella—. Papá y el abuelo se marcharon, a Irene no la localizo y Eva salió a comprar y no se llevo el jodido móvil… Ven rápido. Te necesito.

La comunicación se cortó y la joven actriz se quedó con el auricular en la nano. De pronto un trueno la hizo regresar a la realidad. ¡La necesitaba! Subió a la habitación romo un rayo, se cambió de ropa, cerró el grifo de la bañera y dos minutos después salió de la casa.

—Maldita sea… y yo sin coche —cuchicheó bajo el paraguas.

Comenzó a andar por las callejuelas de Sigüenza con paso acelerado. La lluvia la calaba entera pero debía de llegar hasta la casa de Manuel cuanto antes. Quince minutos después empapada y con barro hasta en las orejas consiguió llegar. Llamó al portero automático, pero nadie abrió la puerta. Sin tiempo que perder, saltó una pequeña valla y al asomarse por una de las ventanas, vio a Almudena tumbada y respirando con dificultad sobre el sillón.

Con el corazón a mil por hora llamó a Juan a su móvil pero estaba «Apagado o Fuera de cobertura».

Piensa… piensa maldita sea Noelia, pensó temblorosa.

De pronto vio una piedra en el suelo y lo supo. Debía romper el cristal de la puerta para entrar. La cogió sin dudarlo y cuando iba a golpear escuchó.

—Si haces eso se lo diré a mi padre.

Volviéndose para mirar, suspiró al ver a Eva llegar cargada con unas bolsas y tiró el cascote apremiándola.

—Corre… Almudena está de parto.

Dos segundos después las dos estaban rodeando a la futura madre que chorreaba de sudor.

—Joder… ¿Por qué has tardado tanto en venir Eva? —gruñó la parturienta.

Temblando como una hoja la joven hermana la miró y al ver como su cara se contraía de dolor suspiró en busca de una rápida solución.

—¿Llamo a una ambulancia? Verás como en breve estarán aquí. —Y mirando a Noelia preguntó histérica—: ¿Cuál es el número de urgencias?

—No sé —gimió asustada. Ella no sabía los números en España.

Almudena al escucharlas, tomó aire y gritó descompuesta.

—Uno, uno, dos ¡joder! Que la que esta de parlo soy yo, no vosotras.

El dolor debía de ser tremendo. La cara de Almudena se contraía mientras Eva hablaba por teléfono y cuando colgó dijo para tranquilizar a su hermana:

—Ya está. Ya vienen…

—¿Qué vienen? —gritó la parturienta con la frente perlada de sudor—. El que viene es el búhoooooooooooo ¡joderrrrrrrrrr qué dolorrrrrrrrrrrrr!

Noelia, aturdida, intentó mantener la calma. Ordenó a Eva traer toallas limpias y agua. Al fin y al cabo eso se pedía siempre en las películas. Con delicadeza, tumbó a Almudena sobre la alfombra y le quitó como pudo el pantalón. Chorreaba por todos lados. Pero al encontrarse lo que se encontró murmuró:

—Oh, my God ¡esto es horrible! —pero levantando la voz para que Almudena la escuchara dijo—, Va todo genial, cielo. Va todo muy bien. La ambulancia llegará de un momento a otro y tendrás un bebé precioso.

Eva llegó con las toallas. Ninguna de las dos podía apartar la vista de entre las piernas de aquella. Horrorizadas observaban lo dilatada que estaba y cómo empezaba a asomar la cabeza.

—Ay, copón que me voy a desmayar —murmuró Eva sentándose en el suelo.

—Ni se te ocurra —exigió Noelia asustada y con las pulsaciones a mil.

—¿Pero tú has visto eso? —gimió Eva horrorizada—, Pero… pero si parece un volcán a punto de entrar en erupción.