—Joder, ¿es que conoces a todos los hombres que salen en las películas? —cortó Juan.
Sorprendida por aquel tono de voz, y en especial por aquella ridícula pregunta, ella se encogió de hombros y respondió:
—Muchos han trabajado conmigo y son amigos desde hace años. Son actores como yo. Y en la industria cinematográfica, al menos en la americana, casi todos nos conocemos.
—Qué bien. ¡Qué emoción!
Al ver en él un gesto que hasta el momento no había visto nunca preguntó.
—Oye ¿qué te pasa? Parece que te moleste que conozca a…
—¿Tuviste algo con tu guapo y simpático Viggo?
Sorprendida por aquella pregunta y el cariz que estaba tomando aquella conversación, le miró y frunciendo el ceño preguntó:
—¿Que es lo que me estás preguntando exactamente?
Molesto por haber dicho aquello sin pensar, se irguió en el sillón. Se toco la cabeza y sintió que estaba perdiendo su trabajado autocontrol.
—Bah… déjalo. Olvídalo —dijo.
—De eso nada. Tú has empezado y ahora yo quiero seguir —siseó molesta—. Es más, como bien me dijiste una vez, somos adultos para poder charlar.
—Mejor dejémoslo —insistió él.
—No.
—Sí.
—¡No!
Al ver la terquedad de ella la miró y en actitud chulesca cruzó los brazos tras la cabeza, estiró las piernas y preguntó con voz grave.
—¿Tienes ganas de discutir y decir la última palabra canija?
Aquella absurda pregunta, y más cuando él había comenzado toda con la discusión le quemó la sangre, y levantándose del sillón gritó:
—¡No… no quiero discutir, pero tú sí! Yo solo he comentado que conocía a esas personas, porque soy actriz como ellos, cuando tú has preguntado una cosa terrible. ¿Qué pasa? ¿Que todo lo que sale en la prensa crees que es verdad? Porque si es así, entonces creerás que he tenido líos con todos los hombres que comparten plano conmigo en mis películas y…
—¿Con Mike Crisman no has tenido un lío?
Al ver su gesto torcido y la chulería en su cara, Noelia resopló y señalándole con el dedo siseó:
—Pero bueno. ¿Y a ti que te importa?
—Vaya… veo que a mí si me dices lo que a la prensa no te atreves a decir —se mofó enfadado.
—Te recuerdo que la pulsera del todo incluido —gritó señalándose la muñeca— excluye reproches y preguntas incómodas. ¿Has olvidado que tú mismo lo pediste?
—No —mintió malhumorado. ¿Qué hacía él preguntando aquello?
—¿Acaso yo te he preguntado con cuantas mujeres te has acostado?
—No.
—Entonces ¿por qué tú me lo prefinías a mi?
Con la sangre hirviéndole y tan fuera de si como ella gritó enfadado consigo mismo por lo que estaba haciendo:
—Porque he visto fotos tuyas muy acaramelada con él, con Crisman, y…
—¿Que has visto fotos mías?
—Sí. En la prensa.
—Vaya…
—He visto fotos tuyas con Crisman y con muchos otros prosiguió él—. He visto películas tuyas donde te besas apasionadamente y…
—¡¿Y?!
Con la sensación de haber metido la pata hasta el fondo, pero incapaz de frenar respondió.
—Y nada. Soy un gilipollas por haber preguntado algo que en el fondo no me interesa. Y aunque no quiero pensarlo, si que me imagino que si la prensa descubre que estás aquí, conmigo, solo tendría problemas.
—Si quieres me voy. Nunca me ha gustado ser el problema de nadie.
Aquello le dolió. Estaba siendo injusto y al ver su mirada miento modular su tono de su voz, se acercó a ella y sin tocarla susurró.
—Yo no he dicho que te vayas.
—Sí… sí que lo has dicho.
Dolorida se apartó de él, cogió su pitillera que estaba sobre la mesa y con un enfado monumental decidió irse a la cocina. Se conocía, y en aquel preciso momento lo mejor era alejarse o continuaría discutiendo con él.
Al verse solo en el salón maldijo en silencio. Su perra, Senda le miró y como si entendiera lo ocurrido se levantó de su sitio y se fue tras Noelia. ¿Qué había hecho? Lo que menos le apetecía era aquella situación de enfado. Ella nunca había preguntado ni exigido nada. Había aceptado sus exigencias y no podía entender por qué de pronto a él se le hacían difíciles de cumplir.
Miro la televisión y vió a Viggo Mortensen caminar con su capa de capitán Alatriste hacia un barco y sonrió. Al final el capullo de Carlos iba a tener razón y los celos por primera vez estaban llamando a su puerta. Aunque más que llamar, derribaban la puerta. Durante un rato esperó a que ella regresara al salón. Nunca había ido tras una mujer. Nunca lo había necesitado. Pero al ver que los minutos pasaban y ella no regresaba comenzó a sentirse inquieto. Aquella situación era nueva para él y tras suspirar y convencerse de que era un imbécil y todo lo había propiciado él decidió actuar.
En la cocina, Noelia se fumó un cigarrillo y una vez lo apagó, sin poder evitarlo abrió el mueble de los bollos y se cogió unas Oreo. Eso calmaría las ganas que tenía de salir corriendo de allí. ¿Qué había pasado? Solo estaba hablando de sus amigos y compañeros de trabajo, como él en ocasiones había hablado de Lucas, Carlos O Damián. Enfadada por lo ocurrido mordisqueaba la galleta apoyada en la puerta del patio mirando como llovía, cuando escuchó la música proveniente del salón. Era la canción At Last de Beyoncé. Su canción.
—Cierra los ojos y relájate. Esta canción sé que te ayuda a relajarte ¿verdad? —escuchó de pronto la voz ronca de Juan en su oído.
Incapaz de no entrar en su juego, asintió y le hizo caso. Juan conseguía que ella explotara de furia pero también tenía el poder de calmarla solo con su voz. Instantes después se dejó abrazar y comenzó a bailar con él aquella dulce y sensual canción en la cocina. Cundo la canción terminó Juan la miró a los ojos y le preguntó
—¿Me perdonas?
¿Cómo no perdonarte? pensó ella, le besó y esbozó una sonrisa.
42
Superada aquella absurda discusión, días después, Eva, Juan y Noelia fueron al Hospital Universitario de Guadalajara para recoger a Almudena. Tanto la madre como el bebé estaban de maravilla, pero Almudena llevaba dos días sin parar de llorar. Cualquier cosa que le dijeras le hacía berrear una y otra vez y aunque todos se preocuparon, los médicos les calmaron indicándoles que aquello era normal. Las hormonas de la nueva mamá aún estaban revolucionadas y por eso lloraba continuamente. Cuando dejaron el coche en el parking y se dirigían al hospital se cruzaron con dos hombres vestidos de policía.
—Mmmm… cómo me ponen los uniformes —suspiró Eva al verlos pasar y mirando a la joven que caminaba junto a su hermano preguntó—: ¿No te ponen los tíos así vestidos? ¿No te parecen terriblemente varoniles?
—Definitivamente sí —rio Noelia tras mirar a Juan—. Cada vez que tu hermano aparece vestido de cucaracho ¡me vuelve loca!
Juan se carcajeó ¿cuando había aprendido ella aquella palabra?
—Normal hija… normal… cuando se visten de negro desprenden sensualidad y morbo por todos sus poros ~y al recordar a Damián, el sexy compañero de su hermano, suspiro—. Uf… ya te digo, hay cada uno…
Juan, al ver aquel gesto, le dio un empujoncito.
—Hermanita, disimula. Se nota a la legua que te vuelve loca algún que otro compañero de la base.
—Uf… es que allí hay material de primera —suspiró esta—. Por cierto Noelia, cuando quieras vamos a hacerle una visitilla a mi hermano a la base. Almudena y yo de vez en cuando vamos y nos damos un alegrón a la vista. Te aseguro que merece la pena.
—Vale… encantada.
—Chicas… no me jorobéis —las reprendió Juan.
Lo que menos le apetecía era ver a Noelia en la base, rodeada por los depredadores de su unidad y menos junto a la lianta de su hermana. Definitivamente no era buena idea.
—Anda… ahora que lo pienso —dijo Eva— Quizá a Almudena le vendría de lujo darse un homenaje visual para que deje de llorar por el simple hecho de existir.
—Tranquila. Se le pasará —aseguró Juan divertido.
—Mira, hermanito no es por nada. Pero tú podías tirarte el rollo un poquito ¿no crees?
Sorprendido por aquello la miró y preguntó:
—¿Tirarme el rollo? ¿En qué?
—En proporcionarle a tu llorosa y lacrimosa hermana Almudena un poco de felicidad visual y de paso también a nosotras. Tampoco es tanto pedir, ¿no?
—Oh, sí… sería un bonito detalle —asintió Noelia y divertida le enseñó la pulsera que llevaba y le susurró al oído—: Te recuerdo que yo tengo un todo incluido.
—Sería un detallado, además de un morbazo —prosiguió Eva sin percatarse de cómo aquel fruncía el ceño.
Juan finalmente sonrió por sus ocurrencias y tras cogerlas por la cintura murmuró:
—Ni la base, ni mis compañeros por muy guapos que os parezcan son para divertirse. —Y para chinchar a su hermana cuchicheó—. Además, a ti, señorita metomentodo te da lo mismo un poli de verdad que un boy vestido para la ocasión ¿verdad?
—Pues tienes razón. Me da igual. Soy una conformista nata —asintió divertida—. Por lo menos del boy sé lo que espero. Por lo tanto, y si no quieres que aparezcamos por la base con nuestra hermana la llorica, ya sabes lo que tienes que hacer para alegramos el alma, la vista y alguna que otra cosa más.
Parapetada tras su disfraz, Noelia disfrutaba de aquel momento familiar mientras se cruzaba con personas que en traban y salían del hospital. Aquella libertad le encamaba y sonrió satisfecha de su anonimato. Aquello era maravilloso.
Tras subir en el ascensor a la tercera planta entraron en la habitación. Allí estaban Manuel y el abuelo Goyo haciendo monadas al pequeño Joel.
—¡Oh… mis salvadoras! Sin vosotras todo hubiera sido un desastre —gimió Almudena al verlas aparecer llevándose un pañuelo a la cara.
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