Con gesto pícaro murmuró:

—Pues depende.

—¡¿Depende?!

—Si —respondió ella echando a andar de nuevo.

Incapaz de creer una respuesta tan sincera la cogió de la mano y haciendo que se detuviera, preguntó:

—¿Te le has excitado alguna vez ante la cámara?

Le miro con seguridad y asintió.

—Interpretar una buena escena es dejarte llevar y…

—No quiero escuchar mas —dijo Juan levantando las manos.

Aquel gesto a Noelia le hizo sonreír y acercándose a él murmuró:

—Juan, los actores sabemos interpretar muy bien, no pienses cosas raras.

—Pero si me acabas de afirmar que te has excitado —replicó enfadado.

—Pues sí. Pero mira, yo por norma cuando interpreto una escena de sexo, bloqueo mi mente y visiono lo que yo quiero para que sea más realista. El que tenga a un actor sobre mí besándome no significa que me guste. Además, tú en el cine ves solo la escena final montada, y déjame decirte que una escena tiene muchas tomas. Y en esas tomas lo que menos haces es excitarte de la manera que estás pensando.

—Oh… ¿y los besos? — se interesó Juan—. ¿Me vas a decir que los besos que os dais no son reales?

Encogiéndose de hombros la joven suspiró.

—Sí… Juan, nos besamos. En ocasiones más pasionalmente porque lo exige el guion, pero te puedo asegurar que es solo un beso, nada más. —Y dejándole planchado le agarró y dijo acercando su boca a la de él—: Ahora te voy a dar un beso de los que a mí me gustan, vamos para que me entiendas, de los nuestros.

Sin dejarle hablar tomó sus labios y con una sensualidad que a Juan le puso la carne de gallina le besó. Enredó su lengua con la de él y se la succionó primero lenta y pausadamente para instantes después devorarle con pasión. Tras conseguir que él respondiera a aquel apasionado beso, la joven lo finalizó dándole un pequeño tirón en el labio inferior.

—Ves… eso ha sido un maravilloso y excitante beso —y sin dejarle hablar añadió—. Y ahora, voy a bloquear mi mente, no pensar que eres tú, y te voy a dar un beso típico de toma de cine.

Sin más volvió a tomar sus labios, aunque sin la misma emoción de minutos antes. Metió su lengua en la boca de aquel, pero no la movió. Simplemente restregó sus labios contra los de él. Una vez se separó, ante su cara de incredulidad por la diferencia del beso la joven pregunto:

—¿Has notado la diferencia?

Como si mirara a una vaca con manchas azules Juan asintió. Claro que había notado la diferencia. Pero sin querer darle la razón murmuró comenzando a andar.

—Sinceramente, no me gustaría que la mujer que estuviera conmigo hiciera esas cosas. No soportaría verla desnuda en la pantalla y menos refregándose con otro que no sea yo.

—Vaya… es bueno saberlo —se mofó divertida.

Tras unos segundos en silencio, al ver que ella sonreía, la agarró por la cintura e intentando ser más suave murmuró.

—En serio, Noelia. Yo entiendo tu trabajo, pero no lo apruebo.

—Vale… eso es un principio —asintió optimista.

—De todas formas —añadió él comenzando a andar—, lo que ambos hagamos una vez te hayas ido, no es de la incumbencia del otro ¿verdad?

Dolorida y decepcionada por aquello, pero consciente de que él siempre le había dejado claro aquello, le besó y murmuró:

—Por supuesto.

Cuando llegaron a casa, Senda les saludó con su acostumbrado chorreo de lametazos y saltitos Juan comenzó a preparar la cena y Noelia subió a darse una ducha. Veinte minutos después bajó sin peluca y sin lentillas. Su rubio cabello relucía cayendo en cascada sobre sus hombros y él, al verla aparecer, silbó. Estaba preciosa. Feliz por aquel recibimiento se acercó y al ver que estaba cocinando algo en el horno preguntó:

—¿Qué celebramos?

Tras besarla él sonrió y aclaró:

—Que es miércoles.

—Genial ¡Que vivan los miércoles!

Entre risas y confidencias, degustaron una exquisita dorada a la sal. Cuando terminaron de cenar ella se ofreció a recoger la cocina. Mientras él se estaba duchando sonó el teléfono. Nuria, sin dudarlo, descolgó.

—Hola, soy Roció ¿esta mi tito?

—Esta duchándose, cielo ¿Te puedo yo ayudar?

—Realmente quería hablar contigo, no con él.

—Vaya… pues aquí me tienes —asintió sonriente sentándose en el sillón.

—Tengo un pequeñito problema. Son las diez menos cinco y a las diez en punto tengo que estar en casa. Pero estoy a una hora de distancia y he pensado llamar a mi madre y decirle que estoy contigo tomando algo por el pueblo. Si le digo eso, sé que no se enfadará y…

—¿Pretendes que yo le mienta a tu madre?

—Lo sé, Noelia… lo sé —suspiró la joven—. Pero es que si le digo que estoy con Fran en una fiesta se va a enfadar. Solo sería una pequeña mentira. Como diría ella, una mentira piadosa. Lo justo como para que me dé tiempo a llegar sobre las once a casa. Si te lo digo es porque sé que mi madre lo pondrá en duda y seguramente os llamará para confirmarlo.

Noelia al notar el tono de voz de Rocío suspiró. Ella también había tenido dieciséis años y había suspirado por algún joven. AI final resopló.

—De acuerdo. Por esta vez te cubro las espaldas, pero no me gusta que me metas en estos jaleos. Imagínate que te pasa algo. ¿Qué le podría decir yo después?

—Tranquila, no pasará, y te prometo estar en casa a las once.

—Más te vale —asintió divertida.

—Y, por favor, si mi madre llama que el tito le diga que tú estás conmigo ¿vale?

—Okay. Pero lo dicho… a las once. No más tarde.

Dicho esto la comunicación entre ellas se cortó y Noelia sonrió. Le agradaba ayudar a aquella jovencita. Era una niña bastante buena con los típicos problemas de la adolescencia. En ese momento, Juan entró vestido únicamente con una toalla negra alrededor de sus caderas. Al verle esta vez fue ella la que silbó y él sonrió.

—¿Quién ha llamado?

—Rocío.

—¿Y qué quería?

Sonrió y bajo la atenta mirada de este contestó.

—Sé que lo que te voy a decir quizás no te guste, pero he prometido ayudarla. Está en el pueblo de al lado con unos amigos —omitió el nombre de Fran—, y llegará un poco más Tarde de lo que su madre le dijo… y va a llamar a su madre para decirle que está conmigo Tomándose algo en el pueblo, así no la regañará. Y tú, si su madre llama, se lo tienes que confirmar.

Boquiabierto por aquella artimaña, gruñó.

—¿Pero a qué hora piensa llegar esa mocosa a casa? Deben ser casi las diez de la noche.

—En una horita más o menos.

—¿A las once?

—Sí.

—¿Pero en qué estás pensando para ayudarla en algo así? Es una cría.

—No me regañes. Necesita ese tiempo para llegar del pueblo de al lado —al ver su gesto ceñudo murmuró—: Venga no le enfades ni con ella, ni conmigo. Es una jovencita y está en la edad de querer llegar un poquito más tarde a su casa.

—No me gustan estas cosas, Noelia. Hoy en día hay mucho loco suelto y Rocío aún es una menor. No deberías haber dejado que te engatusara porque…

—Lo sé… lo sé… soy una blanda y tienes toda la razón —sonrío ella—. Pero es que he sido incapaz de decirle que no.

Verla ante él con aquella sonrisa picara en los labios fue lo máximo que Juan resistió y acorralándola contra el sofá se tumbó encima de ella y posando sus manos sobre sus caderas murmuró quitándole la camiseta.

—Esto lo vas a pagar, muy… muy caro.

—Biennnnnnnnn… Me gusta lo caro —se mofó haciéndole sonreír.

Sin decir nada más Juan la besó. Comenzó devorándole los labios para después bajar lenta, muy lentamente su boca hasta su cuello. En aquel pequeño recorrido, cientos de dulces besos acompañados de delicadas caricias hicieron que a Noelia se le pusiera la carne de gallina y tirara de la toalla que aquel tenia enrollada en la cintura hasta hacerla caer al suelo.

Tener a Juan desnudo sobre ella era sensual, morboso y altamente excitante. Con delicadeza recorrió con las uñas la piel de su espalda. Su olor varonil y cómo la miraba la hacían vibrar sin que ni siquiera la tocara. Juan, incapaz de seguir un segundo más sobre ella sin cumplir su objetivo, se incorporó y, por el camino, le arrancó los pitillos elásticos negros que ella llevaba, quedando ante él desnuda y solo con un bonito tanga rosa.

Canija… me vuelves loco —susurró excitado mientras metía su mano dentro de la diminuta prenda que ocultaba lo que él deseaba poseer y comprobaba lo húmeda que estaba.

Incapaz de decir nada ella asintió. Juan era un excelente amante y se lo demostraba cada vez que le hacía el amor. Deseosa de sus caricias le besó. Atrajo su boca hasta la de ella y se la devoró justo en el momento en que él le abría las piernas con las suyas. Aquello la excitó más, y todavía más cuando vio la intensidad de su mirada y lo que se proponía. Excitada, sintió como él recorría su cuerpo con la punta de la lengua lentamente hasta llegar a su sexo y le quitaba el tanga. Después le separó los muslos y tras sonreír bajó su boca hasta los pliegues de su sexo y lo besó.

Aquel simple contacto le arrancó un gemido mientras sentía que todo su cuerpo se abría para él. Deseoso por saborear lo que tenía ante él, Juan exploró pausadamente aquella feminidad mientras ella con los labios entreabiertos dejaba escapar dulces y sensuales gemidos. Cuando su boca llegó al clítoris lo rodeo con su lengua y lo lamió con deleite para después succionar con suavidad. La agarró de las caderas con posesión y levantándoselas del sillón le devoró con tal pasión su rosada feminidad que ella gritó.

—¡Oh… sí!

Excitada, complacida y deseosa de más, le agarró del pelo y gimió mientras un devastador orgasmo la hacía temblar ante él, que endurecido como una piedra, posicionó su ardiente miembro entre sus piernas y la penetró. Tumbándose sobre ella, le agarró las muñecas y tras besárselas Se las sujeto por encima de la cabeza y comenzó a moverse con un ritmo cautivador y regular.