—Qué le aisloyus a mi nieto ¿Qué es eso?
—Que le quiero —aclaró aquel—. Pero no del modo en que usted piensa. Le adoro porque es una buena persona. Le quiero por su temple, por su varonilidad, por su seguridad, por su saber estar, y le admiro porque me gusta como nos trata a mi prima y a mí, y como cuida de lodos ustedes, su familia. Creo que él es un maravilloso hombre digno de admirar, y yo le admiro y le quiero.
—Es que mi Juanito es un chico muy educado. Siempre nos sacó muy buenas notas en el colegio —afirmó el encantado el abuelo haciéndoles sonreír.
—Abuelo Goyo —prosiguió Tomi intentando hablar con claridad para que el anciano le entendiera—. Los gays con plumaje rosado como yo, cuando estamos en familia nos mista mostrarnos tal y como somos, y usted y su familia me han hecho sentir tan bien, que he sacado toda mi artillería gay creo que les he asustado, ¿verdad?
El anciano miró a su nieto Juan, y al ver que este sonreía suspiró. Volvió su mirada hacia el muchacho que había soltado toda aquella parrafada y dijo:
—Criatura, me has asustado. Por un momento he pensado que mi casa se podía convertir en Sodoma y Gomorra y ¡copón! Eso no me hizo ni pizca de gracia. En nuestra familia nunca ha habido un… un… guy o jey o como leches se diga, y no estoy acostumbrado a tratar con gente como tú.
—Pues somos gente normal se lo aseguro —aseguró Tomi—, lo único que quizá, en mi caso, soy extremadamente escandaloso y amanerado a la hora de manifestar lo que pienso y siento. Si ya me lo dijo Noelia antes de venir: «Tomi, controla esa lengua de víbora, o al final te envenenarás con tu propio veneno».
—¿Eso le dijiste, gorrioncillo?
—Sí, abuelo Goyo —asintió esta—. Soy la persona que más conoce a Tomi en el mundo y sé que cuando se siente en familia, suelta su lengua hasta límites insospechados. Y aunque ha intentado estar comedido, al final ha explotado.
—Si ya decía yo que eras demasiado fino moviéndote. Lo aberrunté el primer momento que te vi hace días —sonrió el anciano—. Y cuando esta noche te he visto aparecer con este traje azul y…
—No es un azul cualquiera… —intervino Tomi de nuevo.
—Ya estamos con los colores —resopló el anciano.
—El i raje que llevo además de ser de la última colección de Valentino, es color azul ozono. ¿No lo ve?
Juan fue a hablar. Aquellos dos iban a comenzar de nuevo con sus contradicciones, pero su abuelo adelantándose dijo.
—Yo lo veo azul. Simplemente azul.
—Como diría mí abuela —intervino Noelia—, Todo depende del ojo con que se mire.
—Exacto —cuchicheó Tomi—, La vida tiene muchas tonalidades y, en este caso, el color azul tiene muchos matices.
—¿De que hablas muchacho?
—Veamos abuelo Goyo, el azul tiene tonalidades como el ultramar, antracita, azul grisáceo, azul pastel, lapislázuli, azul humo, azul hielo, aguamarina, azul acero, celeste agua, celeste muerto etc… Solo hay que mirar bien el color para acertar su nombre, y este divino traje de Valentino, siento decirle que no es azul. Es azul ozono.
E1 abuelo examinó de nuevo el traje y encogiéndose de hombros murmuró:
—Me parece muy bien muchacho, pero yo sigo viéndolo azul.
—¿Cuántos azules conoce? —insistió Tomi.
—Uno. Bueno dos —reconoció el anciano—. El azul claro y el oscuro.
—¡Genial! Vamos por buen camino. Eso es ampliar miras al futuro. Pues la vida es así, solo hay que fijarse bien en las personas para encontrar su color —sonrió el muchacho ganándose una divertida mueca del anciano.
—De verdad hermoso… que hablar contigo es como abrir una enciclopedia. ¿Te han dicho alguna vez que serías un buen orador?
—No, pero me agrada saberlo.
Viendo que el momento tenso había pasado y que su abuelo y aquel charlaban con cordialidad, Juan cogió del brazo a Noelia y dijo:
—Ahora que veo que empezáis a entenderos, si no os importa iré con Noelia al baño para curarle la mano.
—Sí hijo ve —indicó el anciano—. Tomi y yo tenemos mucho de que hablar.
Tras cruzar una mirada con su primo, Noelia, se dejó guiar.
Una vez llegaron al baño Juan cogió algodón y agua oxigenada, la obligó a sentarse en un taburete, se agachó delante de ella y la besó. Devoró sus labios con dulzura y deseó continuar con aquella salvaje pasión, pero se contuvo. No era lugar.
—Me estas volviendo loco. Es mirarte y deseo besarte.
—Vaya… ¿en serio?
—Sí… muy en serio —suspiró él.
Después de varios sensuales besos, Noelia estaba excitada e incapaz de ocultar lo que necesitaba decirle le miró fijamente y dijo en un susurro:
—Te quiero…
Al escuchar aquello, Juan se separó de ella y frunció el reno.
—¿Qué has dicho?
—Que te quiero —repitió sin dudar.
Boquiabierto, e incapaz de creer lo que acababa de conferirle, murmuró:
—No… eso no puede ser.
—Pues créeme, lo es —afirmó esta.
Adoraba escuchar aquello, pero no, no podía ser. Y mirándola a los ojos preguntó:
—¿Cómo puedes quererme si apenas me conoces?
Sabía que tenía razón. Pero ella era una mujer que vivía al día, sin pensar mucho en el mañana y necesitaba decirle lo que sentía. Así que, encogiéndose de hombros, añadió:
—Lo que conozco de ti me hace quererte. Es más, me haces tan feliz que a veces creo que voy a explotar. Me gusta estar contigo, pasear, jugar a la Wii, ver la televisión. Me encanta como me tratas, como me mimas, como me miras, como me haces el amor. Adoro a tu familia, a tus amigos, a tu perra… No sé cómo ha pasado, Juan pero tengo que decirte que te quiero…
—No sabes lo que dices… —cortó molesto.
—Si… si se lo que digo.
—Lo que yo creo es que has visto demasiadas películas románticas, o mejor dicho, has hecho demasiadas escenas románticas, y te crees que esto es una escena más —se mofo él haciéndola reír,
—Me encantan las películas románticas. ¿A ti no?
—No.
—¿Por qué?
—Porque la realidad del día a día no es tan bonita como el final de cualquiera de esas películas. Yo no creo en el amor, Creo en el deseo sexual, en la necesidad de tener a alguien u tu lado. Pero en esa romántica palabra llamada amor que a las mujeres os vuelve locas, sinceramente no.
Durante unos segundos ella le observó. Por su manera de mirarla y de cuidar de ella, sabía que él también sentía algo muy especial por ella. Pero era tan cabezón que nunca daría su brazo a torcer. Por ello, sin querer darse por vencida, levantó su mano derecha y mostrándole la muñeca murmuró:
—Llevó tu pulsera de todo incluido. ¿Acaso no puede incluir el amor?
—No canija, esa pulsera no lo incluye —siseó.
—Te quiero, Juan —cortó de nuevo ella tapándole con su mano la boca—, y aunque tú no me quieras, yo no puedo dominar mis sentimientos hacia ti, a pesar de nuestro trato, Una vez te dije que mi abuela me enseñó a vivir el presente y a eso es lo que hago. Quererte. Me encantaría que me dijeras que sientes lo mismo por mi, pero…
Sintiendo que un fuego abrasador le quemaba por dentro, pero incapaz de hablar de sus sentimientos, la atrajo hacía él y la besó. Deseó decirle muchas, pero se contuvo. No era buena idea. No tenían futuro. Interrumpió el beso y la desconcertó dándole un dulce beso en la punta de la nariz para empezar a curarle la mano. Durante un rato ambos es tuvieron en silencio hasta que ella murmuró:
—Eva sabe quién soy.
—Lo sé.
—¿Lo sabes?
—Sí.
—¿Esto te ocasiona algún problema?
—No —respondió ceñudo.
Apenas si podía dejar de pensar en las palabras que minutos antes ella había pronunciado: «Te quiero». Le quería. Aquella mujer que tenía delante, que se dejaba cuidar y mimar por él, y por la que suspiraban millones de personas en el mundo, le acababa de confesar su amor, y él era incapaz de hacer lo mismo.
—¿Crees que dirá algo a la prensa?
Juan, concentrado en lo que estaba haciendo, murmuró:
—Tranquila. Nuestro secreto sigue a salvo, pero he de decirte que la prensa ya sabe que tú sigues en España.
—¡¿Cómo?!
—Me lo ha dicho Eva.
Confundida fue a responder cuando la puerta del baño se abrió y apareció la pequeña Ruth.
—¿Te duele la pupa?
—No, cielo, no me duele nada.
—La tita es muy valiente —sonrió la niña abrazando a Noelia.
—¡¿Tita?! — preguntó Juan.
—Ruth cariño, yo no soy tu tita —increpó la joven al ver la cara de aquel.
—Sí… sí lo eres. Javi me ha dicho que lo eres.
—¡¿Javi?! —volvió a preguntar confundido.
—Sí, él ha dicho que eres la tita, porque eres muy buena y nos quieres.
Abochornada, la joven cerró los ojos para evitar ver el gesto descolocado de Juan, cuando la pequeña, ajena a lo que aquellos pensaban, abrió un cajón del mueble del baño, sacó una cajita y dijo:
—Toma tito ponle una tirita de Dora la Exploradora en la mano a la tita. El yayo dice que son mágicas y que quitan el dolor muy rápido.
Divertido por las ocurrencias de su sobrina, cogió una de las tiritas y tras cruzar una mirada cómplice con una acalorada Noelia, la abrió y se la puso en la palma de la mano.
—¿A que ya duele menos? —preguntó la cría.
—Uis, pues es cierto, Ruth —asintió Noelia—. De pronto se me ha quitado el pequeño dolor que sentía.
Juan, incapaz de no sonreír ante aquel teatrillo, las miró alternativamente y suspiró. La cría, encantada de haber ayudado a mitigar su dolor, se acercó a Noelia y examinándola los ojos con detenimiento, cuchicheó:
—Que suerte que encontraste tu ojo. Guando se le cayó ni osito Sito, lo busque y lo busqué pero no lo encontré.
Noelia, pasándose la mano por el ojo, asintió y Juan por fin comprendió lo que había ocurrido. Eso le provocó una carcajada que apaciguó los nervios entre ellos. Una vez concluyó su misión de enfermero, guardó el algodón, cogió a la pequeña en brazos y tras ayudar a Noelia a levantarse dijo:
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