—Entiendo que no me creas —insistió Eva sollozando—, pero yo no he vendido nada. Te lo prometo.
Su padre, tan sorprendido como el resto del giro que habían dado los acontecimientos, al ver el estado en el que estaba a su hija se acercó y la abrazó con cariño.
—Papá te juro por lo que tú más quieras que yo no he sido, le lo juro.
Con gesto devastador, Noelia siseó llena de ira:
—Él es tu padre y puede creer lo que quiera, pero yo no. ¡No te creo!
Con la mente funcionando a mil por hora joven estrella del cine calibró la situación. Debía de salir cuanto antes de aquella casa.
—Sí mi hermana dice que no ha sido, debes creerla.
—Sí claro… no lo dudo —se mofó Noelia.
Enfadado y con ganas de hacer una locura, Juan agarró a la joven a la que tanto deseaba por el codo y, atrayendo su fría mirada, se reafirmó.
—Te repito, que si mi hermana dice que ella no ha sido, no ha sido. No ocasiones más problemas.
—¿Problemas? ¿Yo ocasiono problemas? —gritó ella fuera de control—. Yo no soy ningún problema. Maldita sea, ¿por qué todo el mundo se empeña en llamarme así?
—Basta ya… Noelia. Basta ya —siseó malhumorado.
Oír su dura voz y ver su mirada fuera de si la hizo reaccionar. Durante unos segundos se miraron a los ojos con desesperación. Sus miradas hablaban por si solas y al final Noelia, retirándose su rubio pelo de la cara, dijo en un tono más conciliador:
—De acuerdo. Eva, te pido disculpas por lo que te he dicho. Pero estoy tan acostumbrada a que la gente me traicione por dinero, que es en lo primero que he pensado.
La muchacha al escucharla cabeceó abrazada a su padre, cuando el móvil de Juan sonó.
—Gorrioncillo, la base de toda buena familia es la confianza y el amor. Dinero no tendremos mucho, pero confianza y amor a raudales. Por cierto, ¿de cuantos rombos haces las películas? —quiso saber el abuelo Goyo.
Aquello la hizo sonreír y tras mirar a su primo y ver lo emocionado y calladito que estaba, entendió lo inevitable, se tenía que despedir de aquella maravillosa gente.
Al fondo del salón, Juan parecía discutir con alguien a través del móvil.
—No me toques más las narices, Fernández —le oyó gritar—. Eso que tú has visto no es nada por lo que yo deba de dar explicaciones. Es impensable lo que estás diciendo, impensable.
Impensable pensó con dolor Noelia al escucharle, le gustara o no él tenía razón. Que pudiera haber algo más entre ellos era, como la propia palabra resumía, impensable.
Durante un rato le observó. Su gesto preocupado y sus aspavientos al hablar le pusieron los pelos de punta. Todo lo que habían vivido durante aquel último mes había sido maravilloso, pero con un gran dolor en el corazón supo que aquello tenía que acabar.
Tomando aire, miró a todas aquellas personas que tanto cariño le habían dado en los últimos días e intentando responder a sus preguntas dijo:
—Me llamo Estela Noelia Rice Ponce. Efectivamente soy Estela Ponce, la actriz de Hollywood, pero también soy Noelia, la mujer que habéis conocido estos días —y mirando a Irene murmuró—: Y sí. Soy la rubia pilingui que viste aquella noche con Juan.
—Ay Noelia, no digas eso —negó avergonzada aquella.
—Como habréis comprobado ni soy morena, ni tengo los ojos oscuros, pero si quería pasar desapercibida entre la gente y ser una persona de a pie, necesitaba ocultar mi verdadera imagen, y por eso quiero pediros perdón. Nunca me ha gustado engañar a nadie, y menos a vosotros, que me habéis dado tanto cariño.
El padre de Juan, al verla tan agobiada, dio un paso al frente y dijo:
—No tienes que pedir disculpas y hablo en nombre de todos. Te entendemos perfectamente y para nosotros siempre seguirás siendo Noelia. ¿Está claro?
—Gracias Manuel. Muchas gracias por abrirme las puertas de tu casa y…
—Estarán abiertas para ti y para Tomi siempre que queráis —insistió aquel acercándose a ella para abrazarla.
Ahora entendía el agobio de su hijo en muchas de las ocasiones en las que se habían reunido. Por fin comprendía qué era aquello que preocupaba a Juan de manera constante y que no había querido revelarle.
—Que fuerte maja. ¡Eres Estela Ponce! —murmuró Almudena con su bebe en brazos.
—Sí, y es divina ¿verdad? —asintió Tomi sonriendo.
—Para mi es tan divina como siempre —se mofó el abuelo Goyo—, El gorrioncillo sigue siendo el mismo pero con otro pelaje diferente y mi cariño por ella no ha cambiado ni un ápice. Si ayer la tenía cariño, hoy le tengo el mismo porque para mi es Noelia, no la actriz esa de joügusssss que vosotros decís.
—Gracias abuelo Goyo —murmuró emocionada.
—Por cierto hermosa —rio el anciano—. Tienes unos ojos que parecen dos luceros, no me extraña que mi nieto esté así.
Todos miraron al fondo del pasillo donde estaba Juan. Él, a diferencia del resto, no sonreía, discutía con alguien. Desde el primer instante que supo que la noticia había saltado a la prensa, sabía que aquello le acarrearía problemas con alguno de sus mandos. Pero algo en él se rebeló. Era su vida y pensaba luchar como nunca por ella. Por Noelia. No quería perderla y se enfrentaría a quien tuviera que hacerlo, como lo estaba haciendo en aquel momento.
La tensión se palpaba en el ambiente y Eva para arrancarles una sonrisa cuchicheó:
—Fíjate tú que te veo más guapa al natural —y con gesto divertido prosiguió—: Ahora entendéis, al ver sus ojos, porqué la pequeña Ruth creyó que se le había caído un ojo como al osito Sito el día de la cena de Nochevieja.
Todos miraron en dirección a Noelia.
—Cuando me caí en la cocina, se me saltó una lentilla. La pobre Ruth fue la primera en auxiliarme y al ver mi ojo do otro color se asustó.
La familia rio al conocer el verdadero significado de lo que la niña dijo aquella noche, pero a Noelia se le cortó la sonrisa al mirar a Juan y verle tan agobiado. Se sintió culpable por aquella situación y decidió que debía marcharse cuanto antes o él terminaría odiándola.
—Uisss y yo que recuerdo que te dije que tu pelo me parecía natural —rio Irene para atraer su atención—. Madre mía ¡que ojo tengo! Por cierto, cuando la lianta de mi Rocio se entere de quien eres ¡le va a dar algo! Veras cuando se lo cuente a sus compañeros de instituto. Su tito saliendo con Estela Ponce ¡la actriz! Va a ser la envidia de todos en el pueblo.
—Y cuando lo sepa Laura, la mujer de Carlos. Ella que te adora— apostilló Almudena—. ¡Verás! ¡Verás!
—¿Saldremos en el HOLA? —se guaseó Irene divertida.
El timbre del portero automático de la casa no dejaba de sonar. Aquello era una locura. La prensa estaba allí y quería información. Sonó el móvil de Eva, contestó y fue a abrir la puerta. Menchu había llegado. Al entrar y ver a Noelia con gesto confuso, la abrazó y esta se lo agradeció.
—Oye… ¿y que vais a hacer ahora mi hermano y tú? —preguntó Irene.
—Nada.
—¡¿Cómo que nada?! —gritaron las hermanas al unísono.
—Sé lo que pensáis pero esto es imposible —aclaró la actriz—. Él vive aquí y su trabajo requiere algo que yo no le puedo dar. Además, es imposible que esto salga bien. Imposible.
—Pero ¿por qué? —preguntó Almudena dejando con mimo a su bebé en el sillón— No os entiendo. Si Penélope Cruz que es española y Tom Cruise se pudieron enamorar. ¿Por qué vosotros no?
—Uiss Penélope ¡qué divina! Y el Cruise ¡que bombón! —afirmó Tomi encantado, pero al ver el gesto de su prima, calló.
Tras unos segundos de silencio, Almudena insistió.
—Si en la película Notting Hill el amor ente una actriz y un librero inglés se hizo realidad, ¿Por qué no puede ser real entre' vosotros?
Al escuchar aquello, Noelia sonrió. Eso era un amor de película. Justo lo que ella buscaba y en lo que Juan no creía.
—Notting Hill es una película preciosa, Almudena pero esto es el mundo real.
—Vamos a ver, Noelia —volvió al ataque Almudena. Conocía a su hermano y por cómo se había comportado con ella sabía que aquello para él no era una simple aventura— Creo que el hecho de que tú seas una superestrella de Hollywood no quila que puedas enamorarte de alguien que no lo sea. Además, ¿que pasa? ¿las actrices solo se pueden enamorar de actores? Vamos… es como si me dijeras que los zapateros solo se pueden enamorar de zapateras y los cajeros de cajeras.
Aquella comparación la hizo sonreír. Ella más que nadie deseaba aquel vínculo, aquel amor, pero tras mirar de reojo a Juan y verle tan enfadado murmuró:
—Almudena, créeme, es imposible.
—¿Y vuestra boda? —preguntó Manuel.
—Eso gorrioncito. A mi me interesa la boda. ¿Qué es eso de que mi nieto y tú os casasteis y que yo no lo supiera? —replicó el abuelo Goyo.
—Pero ¿cómo es que os casasteis y no dijisteis nada? —insistió Irene.
Aturullada por el montón de preguntas quiso contestar, pero fue incapaz. Solo con mirar a Juan y ver lo enfadado que estaba se le partía el corazón.
—Pero si os queréis y ya habéis estado casados. ¿Dónde está el problema? —preguntó Almudena sorprendiéndola—. Solo tenéis que hablar, llegar a un entendimiento y…
—¿Queréis dejar de agobiarla por favor? —se quejó Eva, La situación no era fácil y ninguna de sus hermanas parecía darse cuenta.
Finalmente Manuel, que llevaba rato observando tanto a su hijo como a la joven, dijo:
—Creo que Eva tiene razón. Dejemos que ellos decidan,
—Pero papá, si ya estuvieron casados y… —protestó Irene.
—Ellos mejor que nadie sabrán qué tienen que hacer —insistió aquel.
Noelia le agradeció aquello con la mirada y el abuelo Goyo, acercándose a ella, le tomó la mano.
—Mi madre, que en paz descanse, siempre decía: «Al tiempo, le pido tiempo y el tiempo me lo da». Piensa en ello ¿vale tesoro?
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