—Mi amiguita dice que estás muy bueno ¿quieres levantármela?

—Tranquilo, hoy no estoy de humor —respondió con mofa.

Aquel comentario hizo que Lucas sonriera y, sorprendiendo a aquellos dos, indicó:

—Si yo fuera tú, lo intentaría. Y no me refiero a esa jovencita de falda roja precisamente.

Juan clavó sus oscuros ojos en él y no respondió. Lucas prosiguió:

—Sé que no querrás hablar de ella, pero lo siento capullo, me vas a escuchar, Noelia es una mujer maravillosa, y no porque sea Estela Ponce, que eso te guste o no la hace más atractiva, si no porque ella ha sabido ver en ti algo que no ha visto en mi, y mira que no lo entiendo —se mofó—, porque estoy infinitamente más bueno que tú. Así que, deja de hacer el gilipollas y llámala.

—¿Alguien te ha pedido consejo Mariliendre? —gruñó Juan.

—No divine —sonrió aquel imitando a Tomi— Pero como diría mi abuelo Pepe, el de Cádiz, Camarón que se duerme se lo lleva la corriente. Por lo tanto, ¡espabila!

Dicho esto, levantó las cejas y se fue hacia el grupito de las jovencitas. Cinco minutos después ya tenía en el bote a su presa.

—Joder con Lucas, y parecía tonto —murmuró Carlos sorprendido.

Juan resopló a modo de respuesta. Había regresado a su vida, y de nuevo todo comenzaba a sobrepasarle. Carlos, al ver el gesto de aquel, aprovechó el momento y dijo sin importarle las consecuencias:

—A ver Juan, ella…

—No me jodas churri, y no empecemos con lo mismo —protestó con gesto duro.

—Escúchame joder. Ella se fue porque no quería perjudicarte en tu trabajo. Le repetiste tantas veces que era un problema, que al presentarse la prensa en tu casa y ver tu reacción decidió ponértelo fácil. Ella te quiere tío… ¡te quiere!

Al escuchar aquello juan le clavó la mirada.

—¿Y eso ahora a qué viene?

—Viene a que tienes que saberlo y hacer algo.

Furioso y con rabia contenida siseó:

—¿Me quiere? Vaya… cuánto me alegra saberlo.

—Sí… te quiere ¿pero en qué idioma hay que decírtelo para que lo entiendas?

—Tú estás tonto, joder —resopló Juan y dio un trago a su cerveza—. Acaso no has visto que ella ha rehecho su vida con Mike Grisman.

—Ese es un blandengue que no tiene media guantá. Si tú quisieras le levantabas a Noelia con una mirada.

—No… ella ya ha elegido y yo no voy a hacer nada —y despechado sentenció—: Que se quede con el Grisman.

—¿Noto cierto retintín en tu voz?

—Déjame en paz, Carlos.

Pero este continuó metiendo el dedo en la llaga.

—Vaya… me gusta saber que lees la prensa del corazón para saber de ella. Eso me hace pensar que todavía te interesa esa mujer, aunque sea Estela Ponce.

—Mira, no tengo porqué hablar de esto y menos contigo —le espetó a su amigo levantándose de la mesa con gesto desencajado.

—Oh sí… claro que lo harás —se levantó su amigo.

Dominando sus ganas de cogerle por el cuello para que callara y le dejara en paz Juan voceó:

—¿Te he dicho que quiera hablar de ello? ¿Te he preguntado yo por ella acaso?

—No. pero ya me conoces, soy algo marujil y entrometido. Estar casado con mi churri es lo que tiene ¡todo se pega!

Aquel comentario le hizo sonreír y Carlos prosiguió:

—Piénsalo. Ella te quiere, tú la quieres ¿Dónde está el problema?

—La llamé…

—¿La llamaste? ¿Cuándo? —preguntó sorprendido a su amigo.

—La noche que ella volaba hacia Los Angeles. Le dejé un mensaje en el buzón de voz. Le dije que no quería volver a verla en mi vida. Le grité cosas terribles de las que me avergüenzo y sobre las que no quiero volver a pensar.

Dando un empujón a Carlos para apartarle de su camino, Juan, se encaminó hacia la salida del local. No estaba dispuesto a escuchar nada más. Lucas miró a Carlos y este, con un gesto, le indicó que no se preocupara y fue tras él. Una vez fuera del local, Juan se encaró a su amigo.

—Se acabó Carlos, no quiero escuchar nada más. ¿Me has oído?

—Pues lo siento, porque creo que vas a tener que escucharme un poquito más.

Furioso, le dio un empujón acorralándole contra la pared.

—Maldita sea, Carlos. ¿Por qué coño te empeñas en recordarme algo que quiero olvidar?

—Porque como te dije una vez, sigues con el freno de mano echado y ya es hora de que lo bajes y seas feliz ¡joder! Además, tenía ganas de comprarme la pamela para la boda.

Aquel comentario y la sonrisa burlona fueron el detonante. Juan le asestó un puñetazo. Sin calibrar su fuerza, le dio tal golpe en el estómago que Carlos se dobló en dos. Pero este no se quedó quieto y, en cuanto sintió que su amigo aflojaba su fuerza, levantó la pierna y le dio una patada con tanto impulso que Juan acabó espatarrado en el suelo. Enfadado por su cabezonería miró a su amigo y, levantándose del suelo, gritó:

—¡No te das cuenta de que quiero continuar con mi vida! ¿Por qué te empeñas en hacerme recordar lo que no debo?

—Porque estás confundido y me parecerá estupendo que olvides, pero solo cuando conozcas la verdad de los hechos, Noelia tuvo miedo a que la echaras de tu vida, por eso fue dura contigo y se fue sin despedirse. No quería sentir tu desprecio. No quería ver cómo su presencia había arruinado tu trabajo. Por eso huyó. ¡Piénsalo!

Boquiabierto por aquella revelación clavó sus oscuros ojos en su amigo.

—¿Y tú cómo sabes eso?

Con una tonta sonrisa, Carlos se acercó a él.

Nenaza, uno tiene sus fuentes y te aseguro que son totalmente fiables.

Apoyándose en la pared para tomar aire, Juan susurró:

—No voy a dar marcha atrás Carlos…

—Pues harás muy mal pero por lo menos yo, a partir de ahora, podré dormir tranquilo por las noches sabiendo que lo intenté y te dije la verdad. Ahora tú, y solo tú deberás decidir qué quieres hacer. Pero estoy de acuerdo con Mariliendre: ¡Espabila!

Dos segundos después, los dos entraban de nuevo en el Loop donde se emborracharon.



















61

Los días pasaron. Juan y Noelia conocían la verdad sobre cómo se filtró la información a la prensa y sobre lo mucho que se echaban de menos, pero ninguno movió ficha. El daño que había sufrido en sus corazones era tal que ambos decidieron pasar página y olvidar.

Juan continuó con su vida e intentó disfrutar de los días libres que le quedaban antes de reincorporarse de nuevo a su unidad. Noelia hizo lo mismo y más cuando supo que él había regresado sano y salvo de Irak. Saber que estaba bien era lo único que necesitaba para poder continuar viviendo.

El veinticinco de febrero, la víspera de la gala de la entrega de los Oscar, Noelia cenaba junto a Mike Grisman y varios de los nominados a los premios. Todos se reunieron en el hotel Seminius para disfrutar de una velada entrañable. En su misma mesa se sentó Salma con su marido y aunque no podían hablar en privado porque estaban situadas una enfrente la una de la otra, se entendían con la mirada.

Durante la cena, Noelia comprobó que no muy lejos de su mesa estaba su padre con su mujer. Se saludaron desde la distancia con un movimiento de cabeza. Su relación, tras regresar de España, se tornó inexistente. La discusión que mantuvo con ellos había abierto brechas incurables. Aquel día, Noelia, presa de su pena y su tristeza les pidió comprensión y afecto, algo que ellos decidieron ignorar. Aquella frialdad fue lo que definitivamente le congeló el corazón. Estaba sola y así era cómo debía aprender a vivir.

Un ruido ensordecedor la sacó de sus pensamientos. Al girar la cabeza sobresaltada para ver qué había sucedido, vio a un joven camarero en el suelo recogiendo la pila de platos que se le habían caído.

—Que torpe eres chico, y eso que solo tienes que llevar y traer platos —se mofó Mikel Crisman a su lado haciendo reír a varios de los comensales.

El muchacho, al escuchar aquello, levantó la vista. En su mirada se reflejaba la rabia por aquel comentario pero calló. Noelia, sin poder evitarlo, se fijó en la chapa que llevaba en la solapa de su chaquetilla blanca. «Josh», leyó. Y levantándose de la mesa dijo mientras ayudaba al chico a recoger la loza rota:

—No le hagas caso Josh. Ya me gustaría verle a él haciendo lo que tú haces.

Boquiabierto, el muchacho la miró y sonrió. Ante él estaba la grandísima Estela Ponce, ayudándole a recoger los platos rotos y levantándole el ánimo.

—Gracias, señorita Ponce —sonrió aquel. Ella le guiñó un ojo.

—De nada, Josh.

Mientras ayudaba al muchacho, recordó el día en que otro camarero cayó a los pies de Juan en la cafetería de Madrid. Su amabilidad y humanidad, nada tenían que ver con la de Mike. Al pensar en ello sonrió, y con los recuerdos dando vueltas por su cabeza, acabó de ayudar al muchacho. Cuando volvió a su asiento junto a Mike, este la recriminó:

—Estelle, ¿qué estabas haciendo?

—Ayudando a Josh —respondió tras guiñar el ojo a su amiga Salma, sentarse y ponerse la servilleta sobre las piernas.

Después de que otro de los camareros les sirviera el segundo plato, Mike insistió acercándose a ella:

—Debes mantener tu posición social. Eres Estela Ponce, no una recogeplatos. ¿Qué pensaran los demás sobre lo que has hecho?

La joven miró a los comensales que les acompañaban en la mesa y tras sonreír a su amiga respondió con tranquilidad:

—Sinceramente Mike, los que son mis amigos ya me conocen y el resto me importa bien poco lo que piensen —molesta por aquella llamada de atención le siseó—: ¿Qué pasa, tú nunca le has tropezado ¿Nunca has necesitado ayuda?

Incapaz de contestar a aquello el divo del cine miro a su alrededor hasta encontrarse con la mirada de Steven Rice y farfulló malhumorado: